Columna


Violencia, enfermedad colombiana

CARLOS GUSTAVO MÉNDEZ

27 de febrero de 2010 12:00 AM

CARLOS GUSTAVO MÉNDEZ

27 de febrero de 2010 12:00 AM

El 21 de febrero, José F. Lafaurie, publicó una nota en El Universal, en donde sostiene que se ha recrudecido la criminalidad en Colombia y trae como prueba que en lo corrido del año han asesinado a 42 ganaderos en Córdoba. Ese mismo día, guerrilleros de las FARC desataron una serie de atentados en el Cauca y hace un mes fue asesinado el gobernador del Caquetá por la guerrilla, en un intento de secuestro. Estos hechos son apenas una muestra del resurgir del terrorismo, la extorsión y el secuestro, fenómeno que de seguir nos llevara nuevamente a la pesadilla que vivíamos en el año 2001, época en la cual Marte, dios de la guerra, con sus dos hijos, Deimos y Fobos (el terror y el pánico), habían logrado que los colombianos viviéramos presos de la desesperación o como diría Jorge Zalamea, doblegados bajo la lluvia de nuestra propia sangre y con el guijarro de un porqué en la garganta. A esta retahíla de males que han resurgido con fuerza después de estar aminorados, se le suma el auge del sicariato, supuestamente debido a las estructuras desmovilizadas de las AUC y de las FARC, el cual es de tal magnitud, que en Cartagena, otrora un remanso de paz, no hay día en el cual no maten a dos o tres personas mediante esta práctica tenebrosa. En Colombia, de seguir esta tendencia, otra vez retornarán Deimos y Fobos y se adueñarán del país. Estremece el alma la sola idea de regresar a como vivíamos en el periodo de 1998 a 2002, una época aciaga en la cual en todos los hogares había una pesadilla de terror, por los atentados y los secuestros. En esa época se produjo el éxodo más grande de nuestra historia que se calcula en más de cuatro millones de personas y que estuvo signado por la desesperación de un pueblo cercado por el miedo, ya que no se podía salir de la ciudades por carretera por temor a los secuestros, a las quemas de buses y a las bombas. Algunos analistas internacionales calificaban a Colombia como “Failed State”. Ahora, nuevamente, sin tanta intensidad, se presenta una exacerbación de los síntomas de la violencia diaria, la enfermedad crónica de Colombia, nuestra desgracia más grande, y el chancro devorante de nuestro país. La cronicidad de la enfermedad colombiana se hace patente cuando se observa que en los años 60 padecimos a los bandoleros, herederos a su vez de los actores del conflicto denominado como La Violencia, que nació en 1948 tras la muerte de Gaitán y que se cree que dejó más de 200.000 muertos; a que hace 110 años la Guerra de los Mil Días dejó centenares de miles de muertos; que hace 115 hubo la guerra de 1895 y que hace 125 años la de 1885, dos episodios que casi acaban con la economía nacional. No sigo, porque la sola enumeración de las incontables guerras civiles desde la Guerra de los Supremos, en 1840, haría que me chupara todo el espacio. Bastaría decir que hubo hasta conflictos folclóricos, como el de los “Mochuelos” (conservadores) contra los “Alcanfores” (liberales), en 1876. En fin, parece que nunca tendremos tranquilidad en Colombia y que nosotros los colombianos parecemos estar condenados por la Divina providencia a vivir siempre aterrados, desterrados y encerrados, como decía de los argentinos, un graffiti de la época de Videla. *Directivo universitario. Miembro de la Academia de la Historia de Cartagena. menrodster@gmail.com

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS