Columna


Violencia sin reposo

VICENTE MARTÍNEZ EMILIANI

08 de marzo de 2010 12:00 AM

VICENTE MARTÍNEZ EMILIANI

08 de marzo de 2010 12:00 AM

Tal vez nunca como ahora tienen tanta vigencia las palabras del ex presidente Betancur, quien dijo, sobre los escombros fangosos de Armero, en los ya lejanos años del ochenta, que Colombia es presa de “la sinrazón de los hombres y la sinrazón de la naturaleza”. Hace poco más de una década, un temblor de gran intensidad sembró la desolación y la muerte en los departamentos del Quindío y Risaralda, cuando apenas se trataba de iniciar diálogos para recobrar la esquiva paz de la República. Dos capitales y varias poblaciones del viejo Caldas sufrieron los efectos de la hecatombe. Después del sismo, quedaron convertidos en ruinas barrios enteros de las ciudades afectadas, los desaparecidos y los cadáveres se contaron por miles. El impero del horror. Como si una maldición bíblica hubiera azotado al país sin caridad ni consideración. Ante el espectáculo sobrecogedor de un pueblo estremecido por la destrucción y por la muerte, millones de colombianos manifestaron su solidaridad activa. Y el concierto de las naciones del mundo ofreció su ayuda generosa para tratar de paliar, en lo posible, el llanto y la desesperanza de las inocentes víctimas del terremoto. Los únicos que permanecieron ausentes fueron los violentos que, sin razones valederas, han venido desangrando a la patria maltratada desde hace más de cinco décadas. Ellos continuaron insensibles ante la angustia y la aflicción, fieles apenas a la satisfacción de sus vitandos intereses, que tanta sangre y sufrimiento han regado en campos y ciudades. Su proverbial indiferencia es la prueba incontrovertible de que el amor por los desposeídos, que han pregonado de continuo, no pasa de ser una postura táctica, una frase para cazar incautos y para explicar y, aún, justificar el ejercicio permanente del crimen. La violencia en Colombia no es, pues, una protesta contra la injusticia. Menos todavía una defensa de los derechos de los humildes. Se trata, simplemente, de un medio de vida y de enriquecimiento. Ilícito por cierto. La única verdad es que los subversivos han conseguido amasar una fortuna de dimensiones inverosímiles, mediante la extorsión, el secuestro, la protección al narcotráfico y la práctica delirante de delitos sin cuenta. Por eso no les importan la reconciliación ni el renacimiento de la concordia. Sin ideas, porque carecen de un proyecto del Estado, sin cultura porque en la montaña no existen universidades ni bibliotecas, y privadas de la posibilidad de confrontar con éxito tesis y programas con los representantes de la inteligencia nacional, sólo les queda el recurso de seguir siendo protagonistas de un drama convertido en noticia diaria por la práctica ligera, no siempre responsable, del periodismo, así como usufructuarios de su riqueza mal habida. Y la paz continúa convertida en un anhelo huidizo de los colombianos, manoseado indignamente por los profesionales del crimen que eluden, con palabras vanas y maniobras torticeras, las fórmulas para el restablecimiento de la paz que el gobierno trata de restablecer a toda costa. En esta hora de dolor, cuando decenas de familias enteras entierran a sus muertos y lloran inconsolables sobre los restos dantescos de los asesinados, lo menos que pueden hacer los ejecutores de la violencia es cesar en su horripilante y desbordado vandalismo, y declarar una tregua a su criminalidad sin fronteras. *Ex congresista, ex embajador, miembro de las Academias de Historia de Cartagena, y Bogotá, miembro de la Academia Colombiana de la Lengua. academiadlhcartagena@hotmail.com

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS