Columna


Volver al cine

ALFONSO MÚNERA CAVADÍA

02 de diciembre de 2009 12:00 AM

ALFONSO MÚNERA CAVADÍA

02 de diciembre de 2009 12:00 AM

Comparto con mi amigo Ricardo Chica su entusiasmo ante el cambio radical en la asistencia a los cines de Cartagena. El milagro se produjo por la razón elemental de que los dueños entendieron que era mejor negocio abaratar las boletas que seguir proyectando películas con la sala vacía. Hace poco estuve en el Paseo La Castellana viendo una película divertida, y era como volver a la alegría de los tiempos en que para entrar al teatro había que hacer grandes colas, y luego te encontrabas el cine lleno a reventar y la gente hablando y riendo y hasta aplaudiendo las escenas en las que el héroe se sale con la suya. No dudo que el regreso al cine de los cartageneros es en sí mismo uno de los grandes logros culturales de este año. Ahora sólo falta que los empresarios destinen aunque sea una sala de las tantas que tienen para presentar películas de calidad y de países diferentes a los Estados Unidos. Uno se cansa de ver tanto Rambo absurdo y tanta violencia gratuita y mal filmada. Ojalá y nuestros jóvenes puedan encontrar en la magia de la pantalla grande una razón importante para despegarse de la pantalla pequeña y del internet, que los ha convertido en seres solitarios. Volver al cine es de cierta manera volver a la calle y al encuentro y roce con cientos de personas que uno no conoce, pero con quien puede de nuevo intercambiar una sonrisa. ***** No es un cine club, pero es lo que más se parece, y funciona desde hace varios años con una continuidad admirable. El local no puede estar mejor situado ni ser más bello y reminiscente de los viejos tiempos del Teatro Cartagena. Es un pequeño salón en los altos de Quiebracanto o, como lo llamábamos hace apenas unos años, el Edificio de la Puerta del Sol. No creo que quepan en él más de 30 personas, y sus sillas deben ser de aquellas que utilizaban viejos teatros como El Rialto o el Almirante Padilla, para los puestos más costosos. Las películas se proyectan en una pantalla para “videobeam”, pequeña comparada con la de los cines comerciales, pero lo suficientemente grande para disfrutar de una buena proyección. Todos los jueves, viernes y sábados hay una sola presentación a las 7 y 30 de la tarde, y Álvaro, su dueño, lo único que pide es una contribución voluntaria de $4.000. Pero la gracia mayor de esta pequeña sala de cine no es su belleza, ni lo íntimo de su espacio ni la pequeña cuota voluntaria. Lo que realmente es su gran virtud es la maravilla de cine que usted puede ver allí todas las semanas, en una ciudad en la que la constante es la mediocridad de las carteleras hasta proporciones aterradoras. Álvaro, quien es también dueño de Quiebracanto, vive con una profunda nostalgia de los cineclubes de los años sesenta y setenta, y hace un esfuerzo admirable para presentar ciclos del mejor cine del mundo. De modo que si usted quiere ver hoy las grandes tragedias griegas llevadas maravillosamente a la pantalla o las obras maestras de Luis Buñuel o El último Tango, interpretado magistralmente por Marlon Brando, en este pequeño salón tiene usted la oportunidad de verlas en un ambiente de cine-café estupendo. *Historiador. Profesor de la Universidad de Cartagena. alfonsomunera55@hotmail.com

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