Columna


Yo creo en las Utopías

PADRE RAFAEL CASTILLO TORRES

25 de octubre de 2009 12:00 AM

PADRE RAFAEL CASTILLO TORRES

25 de octubre de 2009 12:00 AM

No sé que tanto pueda estar desamparada la humanidad, lo que sí está claro es que urge rescatar el sentido libertador de la utopía. No es un secreto. Vivimos en el ojo de una crisis de civilización de grandes proporciones y el “G twenty” patinando en un piso lleno de aceite. Toda crisis ofrece oportunidades de transformación y riesgos de fracaso. En la crisis, se mezclan miedo y esperanza, especialmente ahora que estamos ya dentro del proceso de calentamiento global y el diablo sale a comer “raspao” en cualquier esquina. Todo ello hace que necesitemos de la más pequeña de las tres virtudes teologales, la esperanza. Esa que baila su cumbia entre sus dos hermanas mayores: la fe y la caridad. Es ella la que expresa el lenguaje de la Utopía. Las utopías, por su naturaleza, nunca van a realizarse totalmente, pero nos mantienen caminando, en movimiento, para que nadie prenda empujado. Retomo a Oscar Wilde: «Un mapa del mundo que no incluya la utopía no es digno de ser observado, pues ignora el único territorio en el que la humanidad siempre atraca, partiendo enseguida hacia otra tierra aún mejor». Tengamos claro que la utopía no se opone, sino que pertenece a la realidad. Nunca está constituida por lo que es, sino por lo que ha de ser. La utopía nace de este trasfondo de virtualidades presentes en la historia y en cada persona. El filósofo Ernst Bloch acuñó la expresión principio-esperanza. Por principio-esperanza, él entiende ese inagotable potencial de la existencia humana y de la historia, que permite decir no a cualquier realidad concreta, a las limitaciones espacio-temporales, a los modelos políticos y a las barreras que cercenan el vivir, el saber, el querer y el amar. El ser humano dice no porque primero dijo sí: sí a la vida, al sentido, a los sueños y a la plenitud ansiada. Aunque de manera realista no entrevea la plenitud total en el horizonte de las concretizaciones históricas, no por eso deja de anhelarla con una esperanza que jamás se apaga. Job, casi a las puertas de la muerte, podía gritar a Dios: «aunque me mates, aun así espero en Ti». El paraíso terrenal narrado en Génesis 2-3 es un texto de esperanza. No se trata del relato de un pasado perdido que añoramos, es más bien una promesa, una esperanza de futuro hacia cuyo encuentro caminamos. Como comentaba Bloch: «el verdadero Génesis no está al principio sino al final». Sólo al término del proceso evolutivo serán verdaderas las palabras de las Escrituras: «Y vio Dios que todo era bueno». Mientras evolucionamos no todo es bueno, sólo es perfectible. Lo esencial del Cristianismo no reside en afirmar la encarnación de Dios ?otras religiones también lo hicieron?, sino en afirmar que la utopía (aquello que no tiene lugar) se volvió eutopía (un lugar bueno). Hubo alguien en cuya muerte no sólo fue vencida la muerte, lo que todavía sería poco, sino en quien irrumpieron interior y exteriormente todas las virtualidades escondidas en el ser humano. Creo que esta esperanza debe ser proclamada por la Iglesia y por todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Transformar la eventual tragedia de la tierra y de la humanidad, no dejará de ser una travesía peligrosa, pero igualmente será una crisis purificadora. Recordemos que la hierba no creció sobre la sepultura de Jesús. A partir de la crisis del viernes de la crucifixión, la vida triunfó. Por eso la tragedia no puede tener la última palabra. La tiene la vida, en su esplendor solar. *Sacerdote y sociólogo, director del Programa de Desarrollo y Paz de los Montes de María. ramaca41@hotmail.com

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS