Columna


¡Viva el cine!

ROBERTO BURGOS CANTOR

13 de marzo de 2010 12:00 AM

ROBERTO BURGOS CANTOR

13 de marzo de 2010 12:00 AM

Pasaron muchos años antes de estar otra vez en el Festival de Cine de Cartagena de Indias. Desde aquellos años de la escolaridad en que la fiesta en las calles parecía salida de la pantalla y la sabia percepción de Víctor Nieto combinaba el talento de los directores con la gracia y el atractivo de actrices y actores. El Festival parecía la continuidad justa de esa afición leal de los cartageneros que vespertina tras noche llenaban las salas de El Rialto, Padilla, Colón, Cartagena, Circo Teatro, Miramar, Manga, Laurina, Caribe, Granada, Colonial. Un público hecho con su propio instinto que más tarde vería con fervor el buen cine europeo presentado en foros de sensibilidad delicada por don Alberto Sierra. Es probable que el monopolio del gusto ejercido por películas de vértigo aturdidor, sangre escandalosa y retorcida narración me hubiera alejado de un hábito cultivado, después de los vaqueros y las comedias, con la traviesa subversión de Buñuel, la ternura transparente de Truffaut, el riesgo indagador de Bergman y la poesía contagiosa de Fellini. Y por supuesto la fijación incansable de Rashomon. Ahora parece que el cine de América Latina, y el Festival de los 50 años exhibió buenas muestras, se encontrara en un proceso de reconquista de la realidad. Los nuevos directores lo hacen con una noción del riesgo y un sentimiento de contemporaneidad que logran romper el hechizo y revelar una esencia hace tiempo escamoteada. Da la idea que las miradas de Glauber, Sanjínes, Álvarez, hubieran sido abandonadas y apartadas por la imposición comercial. Pero el hilo apretó sus nudos. El mirón persistente podrá encontrar cuántos de los esfuerzos de la narrativa moderna son aprovechados en los filmes. Incluso una ética que había desaparecido alienta cierta concepción positiva de la vida y los seres. Es un buen momento para que el Festival de Cartagena diseñe su horizonte. Entre un espacio para los nuevos creadores, convocando a lo mejor de la crítica, la producción y los fondos de fomento; y la oportunidad de proyectar películas desconocidas, estaría una franja de importancia. Por ahora hay que agradecer la voluntad empeñada de Ricardo Vélez, el optimismo creativo de Salvo Basile, la administración discreta y severa de Lina Rodríguez, y la rigurosa e indoblegable programación de Orlando Mora. No hay duda de que el Festival es un activo de Cartagena de Indias y hay que rodearlo críticamente, como se abraza a lo propio, es decir sin babas. Habrá que ir pensando en el homenaje a Alberto Sierra cuya dedicación desde el inicio del Festival más antiguo de América Latina fue ejemplar y garantía de buen gusto. Y al otro Alberto, Duque López, quien no ha estado ausente de ninguno de los 50 desde los primeros años en que por ver a Torre Nilson perdía el último bus a Barranquilla y dormía en los escaños de piedra del Camellón. Para mí quedarán en la gaveta de inolvidables las conversaciones largas con Jiri Menzel sobre Kundera y ese grande novelista, su amigo, Bohumil Rabal. Magias del cine que resucita sombras todavía con el esplendor de la vida. *Escritor rburgosc@postofficecowboys.com

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