Columna


¿Cómo están nuestros jóvenes?

PADRE RAFAEL CASTILLO TORRES

11 de octubre de 2009 12:00 AM

PADRE RAFAEL CASTILLO TORRES

11 de octubre de 2009 12:00 AM

Quienes vivimos en el Caribe colombiano, vemos cada vez más difícil la inserción de los jóvenes en el mundo del trabajo dirigido por el capital. El acceso a la educación básica aumenta en cantidad, pero decae en calidad; los jóvenes del sur de Bolívar y de los Montes de María y también los de la Línea se ven obligados a seguir la vida de padres y abuelos, sometidos a la explotación de un latifundista; o tienen que emigrar hacia “Curramba” o Cartagena, seducidos por el fetiche del consumo y de la «diversión». Cada vez es menor la realización sustantiva de sus derechos sociales, cada vez menos pueden autoconstruirse y actuar en la perspectiva de la construcción democrática. Muchos de nuestros jóvenes tienen como «primer empleo», trágicamente, el crimen organizado ofrecido tanto por los actores armados ilegales, las bandas criminales y el narcotráfico. Nuestros jóvenes sólo tienen empleos precarios e informales, o sea, sin derechos laborales. La lucha diaria de la mayor parte de nuestros muchachos es por la supervivencia. De ahí se sigue que los jóvenes quedan afectados por una gran apatía política, como anestesiados, frente a la situación dramática vivida en sus comunidades. Antes que sentirse desafiados a construir un país democrático, se ven empujados a luchar por las condiciones materiales de la vida. Todo ello contribuye a que el joven no se perciba como sujeto histórico, capaz de transformar la realidad y, por tanto, de participar efectivamente en la construcción democrática. La democracia no es un discurso para recitar de memoria, sino algo para ser construido a partir de prácticas comunitarias que deben enraizarse en el tejido social. Los procesos educativos formales y no formales, empobrecidos en forma y contenido democrático, marcan una dificultad en lo que respecta al avance de la construcción democrática. Los jóvenes son educados y formados por aspiraciones individuales, que se refieren a éxito personal en el empleo, en el estudio. Hay en nuestra subjetividad una idea fuerte de competencia, y no de socialización y de compartir. Por eso son necesarios nuevos procesos educativos que incentiven el sentido colectivo y la autonomía indispensables para que se construyan nuevas subjetividades, encarnadas con principios nuevos, como la justicia y la solidaridad, base en la cual será enraizado el compromiso ético de inaugurar otra sociedad, en la que recrearemos los procesos de socialización, estimulando relaciones sociales que no se basen en la mezquindad del interés personal, sino que abran camino hacia la “común unidad”. Pero, ¿cómo podríamos concretizar esta propuesta? Propongo tres caminos: primero reconocer que si trabajamos para que nuestra gente y, en especial nuestros jóvenes, puedan tener pan, tierra, trabajo, educación y vivienda, estaremos avanzando hacia una sociedad más igualitaria; segundo, valorar mucho más el aspecto representativo, que se refiere fundamentalmente al régimen político y pone el acento en la libertad, para elegir gobernantes, y en los derechos civiles de todo ciudadano; y tercero, el aspecto participativo, que hace de la organización y la movilización del pueblo el fundamento de los gobiernos. *Sacerdote y sociólogo, director del Programa de Desarrollo y Paz de los Montes de María. ramaca41@hotmail.com

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