Columna


¿Qué hay en un nombre?

SARA MARCELA BOZZI ANDERSON

30 de marzo de 2010 12:00 AM

SARA MARCELA BOZZI ANDERSON

30 de marzo de 2010 12:00 AM

El célebre columnista capitalino, Antonio Panesso Robledo, ganador del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, por mejor columna de opinión, solía decir que los seres humanos a veces nos pasamos la vida peleando con nuestro nombre, pero finalmente, acabamos pareciéndonos a él. Las personas terriblemente inconformes han apelado a cambiarlo en las notarías para sentirse más a gusto con ellos mismos, pero hay otros que, a fuerza de llevarlo y traerlo a todas partes, han logrado “hacer las paces con él”. Uno de los personajes que más ha luchado con su nombre es Gabo. En distintas ocasiones ha expresado que: “Yo, señor, me llamo Gabriel García Márquez. Lo siento: a mí tampoco me gusta ese nombre, porque es una sarta de lugares comunes que nunca he logrado identificar conmigo. Nací en Aracataca, Colombia. Mi signo es Piscis y mi mujer se llama Mercedes.” ¿Qué hay en un nombre? Le repito a mis estudiantes sin cesar, y me divierto mucho preguntándoles ¿cómo se sienten al escuchar esa palabra que los define?, y esto fue lo que me encontré: “Qué horror escuchar mi nombre: Sigfredo. ¿Quién fue ese desalmado que nombra a su creación de esa forma? Pero, qué va, ¿qué culpa tiene él, si también fue víctima de otro indolente? Bueno, así crecí, esperando llegar a los 18 años para ir corriendo a la notaría a ‘salvar mi vida’. Pero no fue así, me adapté a no ser tan repetido en el mundo y a querer mi nombre, al conocer sus raíces francesas. ¡J’aime Sigfredo!”…; Hay otras niñas, en cambio, que se sienten privilegiadas al ser bautizadas como una canción de Roberto Carlos, o como un personaje histórico, o como la estrella de una telenovela: ¡Laura! “A mí me llamaron así…; Fue un consenso entre mis padres. A mi mamá le gustaba mi nombre por su sonoridad, y a mi padre por el significado y la historia del nombre, que es originario del latín laurel, y es símbolo de victoria y de gloria.” Muchas personas se han acostumbrado ya a buscar el significado etimológico de sus nombres, con el fin de sentirse más cómodas con él. Tal es el caso de Jorge: “A mí me llamaron Jorge. Su significado es agricultor, una faceta que no podría tener espacio en mi vida, me gusta ser urbano. No refuto las actividades del campo, pero simplemente no me imagino ser el señor que vende papas en su finca. Sin embargo, a pesar de ser un nombre común, es también un nombre de reyes y eso logra equilibrar la balanza frente a mis verdaderas pretensiones en la vida”…; En cuanto a mí, podría decir que me llaman Sara Marcela, nombre bíblico y profano…; Es una síntesis esencial de lo que somos todos. Pero Sara me remite al desierto, a la desolación. En cambio Marcela llegó al rescate, trayéndome la música del mar. Mar-cela me suena a brisa, me suena a aires de libertad…; Muchas personas han llevado con orgullo nombres que alguna vez suscitaron burlas y que a fuerza de relacionarlos con personajes históricos, los llevan con dignidad: John Efe Kennedy (por el inolvidable presidente), o Nini Johanna (por aquella reina de la belleza nacional). Y tú, querido amigo, querida amiga, ¿cómo te llamas? ¿Qué cosas curiosas te han ocurrido por llamarte así? ¿Qué canciones y leyendas se evocan con tu nombre? Estoy esperando conocer tu historia, a partir de ese sonido que escuchaste mil veces al nacer. *Directora de Comunicación Social de Unicartagena saramarcelabozzi@hotmail.com

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