El transporte es una actividad diseñada para satisfacer la necesidad de trasladarse que imponen los más importantes quehaceres de una persona, como el trabajo, el estudio, y la recreación.
Para que opere, el transporte necesita una estructura compuesta de vías, vehículos y señales, pero su calidad y eficiencia dependen de la forma en que funcionen todos estos elementos.
Un buen sistema de transporte requiere una profunda planificación, que por rigurosa y amplia que sea si no se cumple en la práctica, no servirá de nada. Para ello necesita un sistema de control, que garantice cumplir los procedimientos planificados de funcionamiento. De lo contrario, el resultado será un caos, del que tenemos en Cartagena el más perfecto ejemplo.
El anárquico e ineficaz sistema de tránsito urbano, agravado por la invasión descomunal de motociclistas, ha sido en los últimos 20 años el dolor de cabeza de los cartageneros, con efectos perceptibles:
–Congestión que aumenta los tiempos de viaje entre distintos puntos de la ciudad.
–Mayor riesgo de accidentes de tránsito.
–Aumento de la polución.
–Aumento del ruido y las vibraciones que afectan a las calles, monumentos y a los edificios.
Se sabe que la esencia del problema es el crecimiento de la población con mayor rapidez que la aplicación de soluciones urbanas de tránsito –incluso que la planeación de estas soluciones–, como nuevas vías. Pero el comportamiento desmañado, indiferente y apático de las autoridades ha contribuido por muchos años a volverlo crítico.
El sistema integral de transporte masivo de pasajeros se adoptó en varias ciudades del país, entre ellas Cartagena como un remedio radical para el caos que se origina en la anarquía del servicio de transporte urbano, pero al que contribuyen otros elementos.
En el caso de Cartagena, es evidente que a pesar del optimismo de los directivos de Transcaribe y del propio alcalde Dionisio Vélez, el SITM no entrará a operar antes de un año, de manera que volvemos a insistir en que es preciso adoptar soluciones provisionales, pero suficientemente tajantes para que resulten exitosas y eficaces en su propósito de mitigar el caos de tráfico.
Como la falta de autoridad es perceptible en más de una situación –dictadura plena de los buses y busetas en la circulación vehicular; y ocupación ilegal las vías para estacionar o para otros menesteres–, es obvio que la primera decisión debe ser recuperarla.
No se necesitan nuevos diagnósticos y estudios penetrantes para empezar a poner orden en nuestras caóticas calles. Sin inversiones adicionales, ni transformaciones drásticas, las autoridades de tránsito deben realizar de inmediato dos acciones:
–Recuperar el control pleno del cumplimiento de las rutas de buses y busetas.
–Obligar a los conductores, mediante sanciones ejemplarizantes, a recoger y dejar pasajeros en los paraderos señalados y no cada dos metros como ahora ocurre.
Si estas acciones no se toman, cuando empiece a funcionar Transcaribe, su éxito podría verse en entredicho.
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