Después de múltiples cambios de fecha y de innumerables contratiempos, al fin se inaugura hoy por parte del presidente de la República, Juan Manuel Santos; del vicepresidente Germán Vargas Lleras; y de la ministra de Transporte, Natalia Abello, entre otros, el túnel de Crespo y sus obras conexas. Al menos, eso esperamos que suceda al escribir esto, dados los intentos fallidos anteriores, aunque confiamos en que al túnel le llegó su momento.
Podríamos enfocarnos en todos los inconvenientes del túnel, desde las críticas de ser innecesario, hasta sus problemas de construcción y de cómo debieron ser mucho mejores las obras, según las opiniones de expertos locales que hablaron con El Universal o que escribieron en nuestras páginas como columnistas habituales, ocasionales, ciudadanos comunes y corrientes, e ingenieros avezados de la Sociedad de Ingenieros y Arquitectos de Bolívar (SIAB).
Podríamos también gastarle más espacio a las dudas que resultaron de fabricar un túnel dentro de otro; a las famosas filtraciones; a las demoras en instalar los distintos equipos automáticos de motobombas, ventilación, iluminación y contraincendio, entre otros.
Podríamos también concentrarnos en las críticas a los métodos constructivos de las defensas costeras blandas o a los materiales utilizados en ellas; al relleno proveniente de canteras vecinas para consolidar las playas, también vapuleado por diversos motivos, salvándose solo los espolones de piedra, no porque fueran alabados, sino porque no fueron triturados por los oponentes del proyecto.
Tampoco le gastaremos espacio a la oposición al paisajismo y a la vegetación sembrada en pleno El Niño, la mayoría viva.
En vez de todo lo anterior, de lo que se deberán ocupar las instancias de control si hay lugar a ello, queremos recordar también que el proyecto le añadió 35 hectáreas nuevas al área; que salvó los cimientos de varios edificios erosionados severamente por el oleaje que ya golpeaba contra ellos a diario; que estableció un modelo de protección costera para mejorar y continuar hasta el espolón Iribarren en la nueva vía del Bicentenario; que hay 14 hectáreas con sendas peatonales y ciclorrutas, parques para niños, pistas de patinaje y skateboard, y varias actividades deportivas más que mejoran la calidad de vida de sus vecinos y múltiples visitantes de otros barrios.
Y de ñapa, que el tráfico debe mejorar notablemente entre la ciudad y el norte, que nadie se verá sometido a la tortura de transitar por la calle 70 de Crespo sin necesidad, y que sus vecinos a la vez se librarán de ese caos. Y quienes usen las vías complementarias y el puente tendrán la mayoría del tiempo una vista hermosa del mar y del paisaje.
Esperamos, sobre todo, que el puente cumpla con su verdadero objetivo: elevar la calidad de vida de los cartageneros y de quienes nos visitan.
Comentarios ()