Editorial


Arrojar basuras amerita sanciones

Ayer el Concejo de Cartagena debatió el contrato para limpiar las basuras de los caños, que están llenos  nuevamente de detritus.

El saliente secretario de Infraestructura, Iván Martínez Ibarra, aclaró que aunque él “heredó” los contratos de su antecesor, investigó y concluyó que los canales de desagües pluviales sí fueron limpiados y la basura que hoy los vuelve a colmar es nueva. No sabemos en qué terminará este debate en el Concejo, pero no dudamos de que la gente siga usando los canales para botar sus desechos.

Cartagena padece un problema enorme de falta de cultura ciudadana que atraviesa casi todos los estratos socioeconómicos en este y en muchísimos otros aspectos que hacen que la vida en comunidad se desmejore por desconsideraciones y contravenciones de todo orden, y que además, parezcan normales porque es lo que siempre se ha hecho. Podría ser otra de las herencias indirectas pero funestas del famoso “se obedece pero no se cumple” de la época Colonial.

Todo el mundo sabe que no debería botar basuras a la calle ni a ningún lugar público, pero para la gran mayoría no es más que un sonsonete intranscendente que se escucha como un ruido de fondo y que poca gente interioriza. 

Saldría  mucho más económico para la ciudad organizar rutas y frecuencias de recolección de basuras que alcanzaran muy bien para las necesidades de todos los barrios, en vez de seguir con el ritual inútil y corruptor de seguir recogiendo las basuras de los canales pluviales año tras año sin que les pase nada a quienes los ensucian a sabiendas de sus consecuencias.

Una de las compañías de aseo implementa unas estrategias diseñadas por la gente de Antanas Mockus luego de hacer un estudio minucioso de los barrios locales y sus idiosincracias para tratar de encontrar y estimular lo mejor de la gente para que su comportamiento sea de mayor consideración con su comunidad y su entorno. Según el gerente de este consorcio de aseo, la compañía ha encontrado buena respuesta en la mayoría de la gente. Convendría entonces que una estrategia similar fuera utilizada en toda la ciudad para tratar de despertar el civismo y sentido de pertenencia de los habitantes, incluidos los de estratos altos, algunos de los cuales también botan basuras a la calle desde sus autos y no se les nota el menor rastro de vergüenza.

Junto a esta campaña plena de zanahoria, como debe ser, también se requiere suficiente garrote. No puede ser que arrojar basuras a la calle, a las zanjas, bermas de las carreteras, canales y cuerpos de agua, no tenga una sanción ejemplarizante, que debería ser peor para los infractores de estratos y grados de educación más altos.

Esta conducta, que aquí parece ya parte inamovible de los paradigmas compartidos, atenta contra la naturaleza, de la que todos dependemos de manera muy directa, por lo que las basuras son una amenaza enorme no solo contra la calidad de vida, sino contra la supervivencia de la raza humana. Y todos debemos entenderlo y actuar en consecuencia.

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