Editorial


Arteta y los trastos de la iglesia

EDITORIAL

27 de julio de 2014 12:02 AM

Fernando Arteta, importante líder gremial, empresarial y portuario de Barranquilla, conoce mejor que nadie los intríngulis de la navegación comercial dentro y fuera del país.

En su columna de El Heraldo de ayer sábado (Hablando de sequía) analiza de manera sesuda la problemática del Canal del Dique, la gran tragedia de los dragados, convirtiéndolo en un chorro de lodo que desemboca en las bahías de Cartagena principalmente, y de Barbacoas de manera secundaría, y que hace estragos con su sedimentación al calado de ambas y en los ecosistemas acuáticos de Cartagena y de las islas del Rosario.

El Dique fue desde siempre, como dice Arteta, el contacto entre Cartagena y el interior del país, y ha estado en el ADN cartagenero -decimos nosotros-, quienes lo manejaron a través de la Cámara de Comercio (Junta de Mejoras del Canal del Dique) hasta 1982, cuando la ciudad perdió el control de este brazo artificial del Magdalena.

Por eso Arteta se mete con los “trastos de la iglesia” local cuando dice: “El fracaso del último proyecto para mejorar la innecesaria (cursivas nuestras) navegabilidad del canal, incentivó el interés del Gobierno, que ahora anuncia un billón de pesos, no los 200 mil millones del anterior, para un nuevo contrato con igual propósito”. Y sigue Arteta diciendo que
“Están cada día más a la vista los graves desastres que históricamente ha generado la ‘mejora de la navegabilidad’ de ese brazo artificial del río Magdalena”.

Añade que los daños ecológicos y a las poblaciones por las crecientes del Dique “son realidades que no se quieren ver y que solo podemos entender ante intereses particulares...”

Y sigue: “Si se suspenden las billonarias ‘inversiones’ en el canal, en poco tiempo los sedimentos se acumularán en

Calamar, disminuirá sensiblemente el caudal y se detendrá la contaminación que causa en el lecho marino”.
Arteta tiene razón en mucho de lo que dice, pero propone que Cartagena renuncie a su paradigma histórico de ser puerto marítimo y fluvial. Sin embargo, omite cuestionar el mismo paradigma en el caso de Barranquilla, incluyendo lo que le cuesta a la Nación mantener abierta a Bocas de Ceniza y su canal navegable hasta los puertos de La Arenosa, y no menciona el daño ecológico inmenso de los sedimentos del Magdalena aguas abajo en todo el país, especialmente ahora que lo dragarán en serio, y que también disminuirían si se dejara sedimentar Bocas de Ceniza.

No pretendemos avivar las diferencias parroquiales improductivas entre Cartagena y Barranquilla, sino lo contrario.

Los comentarios de Arteta, compartidos por algunas personas aquí, deberían abrir la puerta a un diálogo amistoso, abierto y franco entre las dos ciudades acerca de todo lo que pueden hacer juntas, y con el resto del Caribe colombiano.

Las dos urbes deberían dejar de mirarse a sí mismas desde El Prado y Bocagrande, y comenzar a hacerlo desde más altura, por ejemplo, desde Google Maps, en donde se ve que seremos una megalópolis y deberíamos comenzar a complementarnos en vez de “competir”, duplicando esfuerzos innecesariamente.

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