Editorial


Biodiversidad, erario y voto a conciencia

Una gran parte de los problemas que tiene Cartagena se debe a que nunca fue planificada, sino invadida, y ese fue su método de urbanización, informal e inconveniente desde el principio y con muy pocas excepciones.

El concepto que lo público en general, y los espacios públicos en particular, son sagrados, es casi inexistente porque se malentiende que lo que es de todos es para que cada cual haga allí lo que quiere al ser “del Gobierno”, en vez de creer que es intocable individualmente precisamente porque es un bien colectivo. En muchos barrios barren de adentro de la casa hacia la calle, porque al ser la calle de todos, o de nadie, o del Estado, allí se puede hacer lo que se le antoje a cada quien. Vilipendiar los espacios públicos, en vez de enaltecerlos, parece ser la consecuencia de este peculiar concepto de lo colectivo.

Los espacios y terrenos públicos suelen ser los más invadidos por lo anterior y porque los privados suelen defender los suyos con ahínco, mientras que el Estado mira hacia el otro lado la mayoría de las veces cuando invaden los terrenos colectivos. Hacerlo es mucho más fácil, y además, con frecuencia las invasiones tienen aliados adentro del propio Estado, personajes que parecen usar este método ilegal para ganar votos y adeptos, y nuevamente, les importa poco lo que le cueste al Estado después al tratar de enderezar estos entuertos.

Hay muchos ejemplos, algunos emblemáticos, como el de La Popa, un bosque seco tropical en mitad de la ciudad, que sería un tesoro en cualquier otra parte del mundo como pulmón ecológico y aquí en cambio es destruido sistemáticamente a pesar del ruido mediático políticamente correcto hecho al respecto por diversos alcaldes.

El cerro de Albornoz es otro tesoro similar, que se salvó de ser triturado y convertido en cemento porque Argos lo donó al Distrito, y solo sirvió para que en vez de valorado, fuera invadido y destruido, y con mucha probabilidad tiene politiqueros e invasores profesionales detrás de estas anomalías.

Los manglares de la ciénaga de la Virgen son otra de las víctimas y se intuye un poderoso cartel del relleno tras los pobres metidos allí para tratar de medrar, en particular en Tierrabaja, donde nada ni nadie ataja los rellenos del manglar a plena luz del día. 

Hay muchos ejemplos más (como el caño Juan Angola) que deberían servir para reflexionar acerca de cómo cambiar esta mentalidad miope para que Cartagena salve no solo su biodiversidad, sino que salvaguarde lo público, incluido su erario. Se lograría si a partir del 2018, el voto cartagenero fuese depositado a conciencia. 

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