En Cartagena la tradición de la pólvora novembrina sigue teniendo algún arraigo, pero cada vez es menos justificable.
Hay pocos cartageneros sesentones de todos los estratos socioeconómicos que no recuerden las “guerras” de buscapiés entre amigos y vecinos, y a veces entre barrios, que no causaron mayores tragedias porque la ciudad era mucho más pequeña y porque la pólvora era usada con un espíritu de camaradería y con límites, pero ahora reina la agresividad en la mayoría de los eventos públicos y la tradición de los buscapiés, tiritos y triquitraquis, para nombrarlos de mayor a menor, es insostenible. Si a alguien se le ocurriera “sopletear” a una persona con un buscapiés en esta época podría haber muertos, aparte del peligro de la pólvora en sí.
A pesar de que la pólvora usada ya no es masiva, siempre hay algunos quemados en una ciudad en que el paseo de la muerte sigue siendo una realidad de los servicios de salud deficientes e insuficientes. Dicho paseo no se lo dan solo a los pobres, sino a toda la ciudadanía y en todos los barrios. Morirse entre hospitales o en salas de espera sin ser atendido sino cuando es demasiado tarde, es una de las pocas prácticas democratizadas en la ciudad.
Todos los años se prohibe la pólvora novembrina pero todos los años la fabrican y la venden sin excepción. Es imposible creer que después de tanto tiempo las autoridades aún no sepan quiénes son los fabricantes y los expendedores de estos artefactos ensordecedores e invasivos del derecho al descanso y a la tranquilidad de la ciudadanía, además de peligrosos.
Ahora que sabemos que el Cuerpo de Bomberos de Cartagena, aunque tiene un personal con reputación de eficiencia y dedicación, además de coraje, le faltan equipos elementales, es más obvio que no se debería correr el riesgo de incendios solo por darle gusto a quienes insisten en perpetuar una tradición que no cabe ya en una ciudad de este tamaño y con sus complejidades.
Una investigación seria revelaría quiénes y dónde fabrican los buscapiés y demás y probablemente se sabría quiénes los apoyan desde los círculos de poder, o bien porque podría ser un negocio en compañía, o lo que es más probable, porque satisface las añoranzas de los viejos tiradores de buscapiés que hoy tienen influencia y les parecen exagerados los controles a la pólvora y les parece bien que sus hijos la usen. Pero en ningún caso parecen calcular que no vale la pena el riesgo de que alguien o algo se queme solo por satisfacer esta tradición obsoleta.
La investigación no debería ser por unos días ni debería cesar al pasar las fiestas, sino al capturar a los responsables porque se repite la misma insensatez todos los años.
Aplaudimos la actitud de la Secretaría del Interior y de las autoridades al anunciar que serán implacables contra la pólvora y al ofrecer recompensas a quienes delaten a los fabricantes y vendedores, y confiamos también en que tengan la voluntad y la capacidad para cumplir con lo dicho para evitar accidentes y heridos.
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