Editorial


Comerse el ecosistema

El domingo pasado, la foto principal de la primera página de El Universal mostraba la más reciente y descarada tala de mangles en la ciénaga de La Virgen en Tierrabaja, vista desde el viaducto del Gran Manglar. Ayer, la sección Caribe de El Tiempo abría con una foto de una invasión, también en la misma ciénaga. Estas talas del manglar son absolutamente visibles para todos, menos para las autoridades que deberían impedirlas.

Ya es bastante obvio que para que estas puedan seguirse dando de manera continua y organizada, tiene que haber una red de distintos actores que las hace posible: las personas que talan el manglar a plena luz del día; las múltiples volquetas que descargan escombros y otros materiales de relleno; las distintas autoridades que misteriosamente no las ven pasar; las entidades ambientales que también son ciegas ante las talas, y los entes de control.

Hay que entender que Cartagena tiene pocas opciones para viviendas de interés social, y que  hay mucha gente que las necesita. También es cierto que muchas de las personas que tuvieron que salir del campo expulsadas por la violencia, ya están volviendo a sus tierras, aunque es poco probable que muchos jóvenes quieran devolverse de las ciudades donde se asentaron, para cambiar la actividad urbana por el trabajo de campo y su dureza comparada con la vida citadina.

La ciénaga de La Virgen, sin embargo, es de mucho mayor valor social y económico como ente de naturaleza que como sitio para vivienda. Es mucho mejor negocio organizar tours para observar la naturaleza en canoas u otros vehículos acuáticos, y ‘venderla’ así todos los días, que destruir esta riqueza natural con un cortoplacismo apabullante.

Hemos hablado permanentemente en este espacio acerca del caso de Costa Rica, nación cuya población entendió que era un gran negocio cuidar su flora y fauna de manera celosa, para llevar el turismo de naturaleza allí, generando nuevos empleos formales en los hoteles, restaurantes y demás servicios, y creando una nueva rama del sector del turismo, igual o más pujante que las tradicionales que tenían.
La ciudad no tiene un norte en este sentido ni en muchos otros, y se va ‘comiendo’ sus activos de naturaleza, tales como la ciénaga de La Virgen, Playa Blanca, Cholón, islas del Rosario y cualquier otro, con cargas abusivas de gente y con tala de manglar, además de la contaminación de hostales improvisados.

El Distrito de Cartagena tiene que recurrir a las autoridades correspondientes del orden nacional para meter en cintura todos estos abusos, por acción u omisión, porque no puede seguir en dicha senda de destrucción de la naturaleza, que bien manejada, podría ser una mina de oro inagotable para la población.

Aquí se necesita al Ministerio de Ambiente, a la Fiscalía y a la Procuraduría, para que cada rama del poder público local haga su trabajo en vez de pasar de agache. A la gente necesitada hay que buscarle dónde vivir, pero no a expensas de una posición suicida con respecto al ecosistema.

 

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