Editorial


Con o sin las Farc

EDITORIAL

27 de septiembre de 2015 12:00 AM

Los colombianos de cierta edad recuerdan la carta de alias Manuel Marulanda, fundador de las Farc, quejándose de que un ataque aéreo del Gobierno le había matado las gallinas y las vacas, o algo de similar tenor bucólico que hoy suena a anacronismo, cuando buena parte de los campesinos tienen teléfonos celulares y andan en moto, y no en caballos, mulos ni burros.

Pero ya hemos visto en la TV a algunos “expertos” decir que no debemos olvidar que muchas de las condiciones de inequidad que ocasionaron que nacieran las Farc y demás grupos guerrilleros siguen vivitas y coleando. Y tienen mucha más razón de la que se imaginan, no por sus dogmas ideológicos, sino por los cambios acelerados en las expectativas de los colombianos, incluidos los del campo, y sobre todo de sus jóvenes.

El presidente Santos viene diciendo que su Gobierno hace y hará las reformas para mejorar la equidad del país “con o sin las Farc”, como para que éstas no traten de cobrar los réditos políticos por las mejoras en marcha que deben elevar la calidad de vida de los colombianos más pobres, incluyendo las grandes obras de infraestructura vial y portuaria, porque la equidad viene también de las nuevas empresas y de los empleos formales que debe crear la competitividad mejorada del país.

Ya decíamos aquí hace poco, y hay que repetirlo, que los jóvenes de la Colombia rural no están muy interesados en el campo sino en emigrar a las ciudades más grandes, donde hay mejores vías, transporte público, energía eléctrica, acueductos y alcantarillados, salud pública, espectáculos públicos y otras muestras de calidad de vida que aunque deficientes, no llegan al campo colombiano.

La generación de las vacas y las gallinas de Marulanda muere de vieja con sus paradigmas, y quizá no es tan descabellado lo sugerido hace unos meses por James Robinson, autor de Por qué fracasan las naciones, de traer a los jóvenes del campo a las grandes ciudades para educarlos en las nuevas tecnologías, que son ya el presente laboral del mundo. La agricultura de pancoger es un anacronismo que el país tiene que superar en la mayoría del agro, y la seguridad alimentaria no debería querer decir que los campesinos sigan viviendo como siervos feudales, cada uno esclavo de una parcelita, sin horarios formales, sin desarrollo intelectual y sin esparcimiento.

La seguridad alimentaria tampoco debería servir de parapeto ideológico desde el cual dispararle a la “gran agricultura” y los “monocultivos”, ambos estigmatizados por la izquierda, sino a un sistema moderno de labrar la tierra con eficiencia y sin contaminar el campo y sus fuentes de agua, donde los campesinos sean también empresarios, independientes o en colectivas modernas, y no esclavos de las extremas izquierda o derecha.

Al campo, además de la tecnología, hay que llevar salud, agua potable, acueductos, alcantarillados, vías y educación pertinente, con o sin las Farc.

 


 

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