Editorial


De invasiones y parques naturales

El Gobierno nacional acaba de anunciar que 400 mil hectáreas nuevas serán protegidas de la minería en la Sierra Nevada de Santa Marta para intentar preservarlas en su estado natural.

No conocemos los detalles, ni cuál minería las amenaza, pero en términos generales suena como un hecho positivo dada la degradación que ya ha sufrido la Sierra. Este Gobierno también extendió el tamaño de varios parques naturales y creó algunos nuevos. No sabemos si tiene cómo proteger de verdad todas las áreas de naturaleza que ha decretado vedadas, y esperamos que no solo sean anuncios altisonantes y políticamente correctos, sino que haya dientes detrás de la retórica. 

Ahora se discute cómo consolidar y ampliar el santuario de los titíes cabeciblancos en los límites entre Bolívar y Atlántico y los gobernadores de ambos departamentos y sus equipos estudian varias alternativas. Proteger bosques que son el hábitat de esta especie en peligro de extinción es importantísimo, pero hay que recordar que al hacerlo también se está protegiendo todo un ecosistema que no solo beneficia a estos animales, sino a todos los demás, al igual que la flora del área. Las ventajas son evidentes, especialmente ante la velocidad a la que se pierden los bosques en el país y en el mundo todos los días.

En los países ricos hay grupos de filántropos que compran grandes extensiones de bosques para protegerlos, con la condición que se mantengan vírgenes, garantizándole al mundo una producción muy necesaria de oxígeno, además de preservar flora y fauna en vastos lugares. Para estas inversiones tienen la colaboración de los gobiernos, que garantizarán que dichos bosques no serán tocados por nadie. En nuestro medio convendría atraer estas inversiones.

Si declarar ciertas áreas como bosques protegidos funcionara, se debería hacer con La Popa, por ejemplo, que a pesar de estar enclavada en medio de la ciudad y de haber causado ríos de verborrea oficial a su favor, sigue siendo talada, quemada e invadida. Igual pasa en La Boquilla y otros lugares, donde los manglares están devastados en plena orilla de las vías, con rellenos a plena vista. Apoyamos los esfuerzos por preservar la naturaleza, pero deploramos la desidia de las autoridades locales y su complicidad, por comisión u omisión, que permite que se degraden los aún ricos ecosistemas de Cartagena.

El presidente Santos, quien inaugurará el Viaducto del Gran Manglar, una gran obra, debería también examinar la degradación ambiental causada a su alrededor por invasores y declarar estas áreas santuarios nacionales.

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