Editorial


De viajes y políticos

Es notorio que Cartagena es una ciudad mejor dotada que muchas por  la naturaleza y por la historia para la industria del turismo y para las diversas actividades portuarias y las anexas a estas.

Deberíamos ser un emporio turístico y naviero, pero aquí hasta ahora se ha hecho empresa a pesar de nuestras autoridades locales, que suelen andar a paso de oruga mientras el sector privado pone iniciativa, esfuerzo y plata. Y asume los riesgos inherentes a los negocios, agravados por la negatividad oficial.

La actitud tradicional del sector público local con respecto al turismo y al sector privado en general se mueve entre la indiferencia y la hostilidad, sin ser extraña la estrategia de poner obstáculos para medrar al resolverlos. El sector privado, desesperado por la dificultad de hacer empresa así, satanizó al sector público y suele haber gran tensión entrambos, en vez de una cooperación transparente para beneficio de la ciudad.

Cartagena tiene mucho que aprender acerca de cómo se atrae el buen turismo. En este espacio hemos hablado varias veces del Viejo San Juan, en Puerto Rico, y de la sincronía entre los sectores público y privado, el buen uso de los espacios públicos, la reglamentación de las plazas y el hábito de obedecer la ley. Esa isla, asociada a los Estados Unidos de América, tiene la ventaja enorme de combinar la historia monumental y el sabor latino, con el sentido común de los gringos. Hay mucha sabrosura tropical, pero también hay eficiencia y respeto por las normas.

Por su parte, Ciudad de Panamá experimenta una expansión urbana sin precedentes, incluyendo una expansión aeroportuaria y una gran avenida reclamada al mar, como la que debería tener Cartagena entre el túnel de Crespo y el hotel Caribe.

Cartagena necesita que su clase política viaje y aprenda mucho de cómo trabajan sus homólogos en los lugares más desarrollados para recoger lo provechoso y evitar el vicio ruinoso y repetitivo de tratar de reinventar la rueda, retroceso siempre más caro que viajar para aprender.

No se justifica el ruido que algunos trataron de hacerles a los concejales que viajaron a Puerto Rico y a Panamá. Por el contrario, merecen un gran escándalo porque los viajes de trabajo -ojo, de trabajo- no son parte habitual de su agenda.

Menos mal que la siguiente jornada no tendría que ser muy lejana. Convendría que el Concejo y el sector privado fuesen juntos a Barranquilla a averiguar qué han hecho sus homólogos para atraer tanta inversión privada en industria y comercio exterior, y por qué les creen cuando se declaran la capital de los TLC, a pesar de su puerto limitado. En Barranquilla hay mucho que aprender.

Viajar debería ser parte de la educación de todos, especialmente de los funcionarios públicos de una corporación tan importante como el Concejo, por cuyas manos pasan decisiones trascendentales. No nos referimos a viajes “inventados” y sin justificación, sino con objetivos puntuales y debatidos a la luz pública para que redunden en beneficio de toda la ciudad.

 

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