Reconforta que luego de la alarma lanzada por el ingeniero Jorge Rocha acerca del peligro de que la parte alta del cerro de La Popa se viniera abajo con todo y convento, el Distrito hiciera un convenio con la Universidad de Cartagena para hacer los estudios que determinen qué pasa allí exactamente, más allá de las señales alarmantes visibles, como la erosión del Salto del Cabrón, incluyendo un socavón debajo de este, y las fisuras en la cima del cerro. Estos estudios topográficos y de otra índole dirán qué pasa y luego se podrá determinar cómo arreglar el daño, incluyendo cualquiera que haya sufrido ya la estructura del convento colonial.
Estos trabajos deben permitir eliminar los riesgos de que se desplome el cerro, lo cual causaría una catástrofe en las viviendas que están debajo, y también sería un desastre patrimonial y natural. Estos estudios, sin embargo, no harán que la invasión del cerro se elimine como por arte de magia, ni harán que se recupere la fauna y la flora, aunque los planes inmediatos sí contemplan vegetación para tratar de frenar las partes más erosionadas.
Varias veces hemos propuesto aquí que La Popa debería ser una reserva natural y por lo mismo, un pulmón para la ciudad y un gran atractivo de naturaleza, incluyendo fauna y flora. Acabar con la invasión del cerro equivale también a impedir que continúe la desestabilización que ocurre al cortar permanentemente sus taludes para construir casas, lo que produce la tendencia natural y física a que el cerro se “reacomode”, es decir, se derrumbe por partes en donde sus soportes han sido debilitados para recuperar su estabilidad.
El Gobierno nacional acaba de proponer convertir a La Popa en un “Bosque de paz” en el que se recuperaría el medio ambiente, y además se convertiría en un espacio de reconciliación y a la memoria de las víctimas de la violencia. No sabemos exactamente eso último qué quiere decir, pero el proyecto debería incluir relocalizar a sus invasores a viviendas dignas, mediante lo cual se ayuda a la paz urbana; resembrar los sitios recuperados con especies nativas; proteger bien todas las escorrentías para evitar la erosión que vemos encima de las calles debajo del cerro cada vez que llueve; y repoblar el sitio con algunos de los animales que perdió, aunque sean los más pequeños, incluyendo aves.
La Popa exige ser restaurada sin mezquindades, entre otras cosas, para evitar un desastre humanitario si se llegara a desplomar.
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