Editorial


El drama de Playetas

Playetas es un paso terrestre obligado para llegar al pueblo de Barú, en la punta e isla del mismo nombre, que sufre una erosión severa desde hace más de 20 años, cada vez más notoria y progresiva. Los conocedores locales hablan de que se perdieron más de cien metros de playa, mientras que unos postes de energía eléctrica, antes en tierra firme, están metidos en el mar a muchos metros de la orilla de hoy.

Playetas es una especie de istmo entre el Mar Caribe y unas ciénagas y cuerpos de agua en la isla de Barú, conectados a la bahía de Barbacoas. Si siguiera la erosión de esta delgada y frágil tira de arena, el mar cortaría en dos a Barú. La erosión no solo se puede entender por las corrientes y el oleaje, sino por el creciente nivel medio del mar, dado el calentamiento global. La “enfermedad” de Playetas no solo no se curará sola, sino que es irreversible si el hombre no mete la mano y arregla el problema, o al menos, lo aminora de manera inteligente, pero sobre todo, oportuna.

Y ahí está el problema enorme -la inoportunidad- al tratar de poner de acuerdo a las distintas entidades burocratizadas y paquidérmicas que intervienen no solo en Playetas, sino en el Parque Nacional Natural Corales del Rosario y San Bernardo, a tal punto que sus islas se desmoronan a diario sin que estas entidades produzcan siquiera un estudio “integral” que Parques prometió desde hace años y aún no conocemos.

La muerte de los corales en buena parte de los arrecifes del Parque se debe a la enfermedad conocida como “blanqueamiento”, producida por el mayor calor del agua del mar al subir su temperatura en el mundo, y por los sedimentos del Canal del Dique provenientes del río Magdalena y que se esparcen por todo el área desde la desembocadura de este brazo artificial del Magdalena dentro de la bahía de Cartagena.

Es una gran frustración que a pesar de que las entidades nacionales que intervienen en Playetas tienen cabezas con buenas intenciones, no parecen haber logrado que el Gobierno les dé la importancia que merecen sus encargos y sus tareas en ellas. Lo único que todas parecen saber hacer a buena velocidad es decir que no a cualquier cosa y a todo, quizá porque es más fácil y porque en muchos casos es políticamente correcto y arranca aplausos de buena parte de la galería.

El impasse de Playetas no es el único que tiene la isla de Barú, que soportará una mayor presión de toda índole ahora que el puente facilita la llegada cómoda y segura de muchos más vehículos públicos y privados, además de que el puente es una atracción en sí.

Ya hay crisis de parqueo en la isla y los automotores usan media calzada para aparcarse, trabando así el tráfico y entorpeciendo el derecho a la libre movilidad de los habitantes y propietarios de la isla, que no pueden circular y a veces ni salir de sus casas porque las entradas y salidas están bloqueadas.

Es el momento de solventar esta falencia para que Barú no sea otro tugurio turístico en vez de ser un paraíso de aguas cristalinas y arenas blancas y mucho orden y civismo.

Y ahí está el problema enorme -la inoportunidad- al tratar de poner de acuerdo a las distintas entidades burocratizadas y paquidérmicas que intervienen no solo en Playetas, sino en el Parque Nacional Natural Corales del Rosario.

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