Editorial


El falso referendo en Crimea

EDITORIAL

18 de marzo de 2014 12:02 AM

No es casualidad que de los países latinoamericanos, el único que se pronunció con a favor de anexar la península de Crimea a Rusia, en nombre de un improvisado referendo en el que los habitantes de esta zona supuestamente habrían votado aprobándola, sea Venezuela. Así no sólo avala la misma política que emplea en el país vecino de reprimir a sangre y fuego cualquier expresión de inconformidad, sino que también le sirve al gobierno de Nicolás Maduro para distraer la atención en torno a los problemas de los venezolanos.

Dice el presidente de la Asamblea legislativa de Venezuela, Diosdado Cabello, y muchos otros partidarios del socialismo bolivariano están de acuerdo con él, que los crimeos tienen derecho a decidir su propio destino, y lo hicieron ratificando que son parte del pueblo ruso, hablan su mismo idioma y se sienten más identificados con ellos que con Ucrania.

Es fácil refutar este argumento, y así lo hace el filósofo Bernard-Henri Lévy en su columna del diario El País de Madrid, diciendo que tal referendo carece de legitimidad, pues ningún territorio puede pronunciarse libremente después de haber sido invadido por 30.000 soldados rusos armados hasta los dientes, que se han dedicado a sembrar el terror entre la población.
Añade Lévy que un referendo “es una operación compleja que implica una logística, colegios electorales, unas listas electorales dignas de tal nombre, posiblemente observadores y, en todo caso, una campaña”, y en Crimea se organizó en sólo ocho días, “bajo la autoridad de un Gobierno títere y a punta de bayoneta”.

En los últimos años de la Unión Soviética, un imperio expansionista que el presidente ruso, Vladimir Putin, quiere restituir con la estructura de la antigua Rusia zarista, muchos países que pertenecían a la cortina de hierro se fragmentaron en una oleada secesionista, porque estaban conformados por territorios cuya población tenía identidades disímiles. El ejemplo más dramático es la antigua Yugoeslavia, que se dividió en estados serbio, croata, bosnio y montenegrino, en medio de un infame derramamiento de sangre, que redibujó a punta de matanzas el mapa de los Balcanes.

Putin considera que, similarmente, debe permitirse a los crimeos encontrar su propia identidad, es decir, en su lógica, dejar que así como a menor escala los serbios se apropiaron de muchos pueblos balcanes a punta de fusiles rusos AK47, Rusia se erija ahora como salvador de los crimeos de los “pérfidos ucranianos”, impotentes de frenar a su ejército.

¿Se comportará Putin –antiguo funcionario de la tenebrosa agencia de inteligencia soviética KGB- igual que el serbio Milosevic con su limpieza étnica y masacrará a la minoría de los 250.000 tártaros que viven en Crimea, que son musulmanes de la escuela sunita Hanafí? A Milosevic le valió un juicio de la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra.

En Crimea lo que ocurre es una invasión rusa, que Putin pretende disfrazar de un proceso de autodeterminación de sus habitantes, un paso más en su propósito de volver a disputar la hegemonía mundial con Estados Unidos.

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