Desde que en el país se comenzó a hablar de los fenómenos meteorológicos conocidos como La Niña, con exceso de lluvias, y de El Niño, con sequías, han pasado varios años. Ahora, además de un Conpes preventivo, el Estado anunció que hay entre 80 % y 90 % de probabilidades que se dé este último fenómeno, el de la sequía, en la Colombia de 2019, especialmente en “La Guajira, Cesar, Atlántico, Bolívar, Magdalena, Santander, Boyacá, Arauca, Meta y Cundinamarca (...)”.
Los efectos de un El Niño son varios: temperaturas altas, más radiación solar, escasez de lluvias, y sus consecuencias, como incendios en los montes y campos y la falta de agua para tomar. Ya el ministro de Ambiente habló de desabastecimiento en 400 municipios que dependen de los ríos Magdalena y Cauca para obtener agua. El efecto contrario en temperatura se verá en algunas partes del altiplano cundiboyacense, Santander, Nariño, Cauca y Antioquia, en cuyas tierras altas podría haber heladas, haciéndoles mucho daño a las cosechas. La pérdida de humedad del suelo también propiciaría deslizamientos de tierra en algunos sitios montañosos.
Los anuncios para la Costa Caribe nos confunden un poco, ya que pronostican la sequía desde principios del 2019 hasta marzo de ese mismo año, pero esos siempre han sido los meses secos de todas maneras en la región Caribe, aún antes de la debacle del cambio climático causado por el calentamiento global. Entendemos que las temperaturas serían peores y por lo mismo, las aguas guardadas se evaporarán más rápidamente y los riesgos de incendios se incrementarán.
Nos preocupa que a pesar de que este comportamiento climático es bastante predecible en el Caribe colombiano, no haya dejado enseñanzas suficientes como para prevenir algunas situaciones climáticas extremas. Si tuviéramos represas construidas en algunas cuencas hidrológicas vecinas a la ciudad, como la del arroyo Tabacal, por solo mencionar una que sería útil, nos servirían para ambos extremos climáticos: capturaríamos suficiente agua para afrontar las sequías, pudiendo tenerla en cantidades suficientes para potabilizar y para regar algunos cultivos, y a la vez impediríamos las inundaciones rutinarias de los barrios de Cartagena y de muchas poblaciones aledañas de su zona rural, que lo es cada vez menos, dado el crecimiento de las urbanizaciones en todas partes, y más ahora con la llegada de miles de refugiados venezolanos.
Es necesario comenzar a pensar de manera integral en Cartagena y su territorio, y no solo de forma fragmentada y cortoplacista, porque se nos parece olvidar que los fenómenos climáticos se repiten, y cada vez serán más severos en todos los sentidos.
Todos los años hacemos aquí casi las mismas observaciones, pero nada ha cambiado. El cambio climático es catastrófico, pero aún hay margen de maniobra para defendernos, si hubiera la previsión y la voluntad política del Estado. Se habla mucho, pero se hace poco y se necesita invertir la ecuación: hablar menos y hacer más.
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