Editorial


El Patrimonio Histórico

La Oficina de Prensa del Distrito de Cartagena y gran parte de los medios locales divulgaron una foto donde se veía al alcalde Manolo Duque, armado de una “mona”, echando abajo una construcción en el Centro que no cumplía con las normas de preservación del Patrimonio arquitectónico de nuestra ciudad, y aún así se le había concedido permiso.

Dos cosas nos llaman la atención del asunto: hay una preocupación grande por preservar nuestra heredad cultural, impidiendo que inescrupulosos constructores la destruyan inmisericorde y, segundo, se están tomando las medidas de control cuando ya las construcciones están muy avanzadas y cuentan con todas las autorizaciones. Algo está pasando en las curadurías y hay una falta de celeridad en los organismos encargados de conservar la riqueza histórica local. Lo cierto es que muchos testimonios de la arquitectura colonial o republicana están cayendo demolidos bajo el peso de los gigantescos edificios de apartamentos, que se alzan sin tener en cuenta siquiera si los servicios públicos son de suficiente capacidad, y si no van a causar problemas en la movilidad.

Muchas casonas de Manga cayeron en nombre de edificaciones modernas y lo mismo puede ocurrir con San Diego o Getsemaní si las autoridades no se amarran los pantalones e impiden este desastre.
La opinión pública ha llamado la atención de estas sobre las torres de 30 pisos que planean construirse cerca del Castillo de San Felipe, destinadas a vivienda de interés social, con lo cual se reduciría notablemente la visibilidad de nuestro monumento histórico por excelencia. La obra tiene todos los permisos y, como ella, otras construcciones se levantan en los alrededores de la fortaleza, sin que nadie diga nada. Llegará el día en que Cartagena será solo una ciudad de edificios y las casas, que una vez fueron testimonio de una época, habrán desaparecido para siempre.

Algo así está ocurriendo con la antigua sede del Club Cartagena frente al parque del Centenario, y de seguir las cosas así, pronto veremos caer las murallas arrastradas por el mal llamado progreso.

A los constructores se les exige en el papel una serie de requisitos para una obra cercana a nuestros monumentos, pero al parecer en esta ciudad hay mucha permisividad en cuanto al cumplimiento de tales exigencias. Una costumbre que se ha generalizado aquí y que no tiene sentido, es que solo cuando la obra está avanzada, es cuando se sacan a relucir si cumple con las normas de conservación o no, y una vez levantada es cuando ordenan tumbarla, en lugar de hacerlas cumplir desde el principio y antes de que empiece la obra.

La riqueza monumental de Cartagena debe ser reglamentada para asegurar su aprovechamiento racional, como ocurre en otros países, para que ella contribuya al atractivo turístico local, pero eso reglamentación debe ser estricta y rigurosa, para que no se deteriore ni se destruya.
Nuestro título de Patrimonio de la Humanidad depende de ello.

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