Editorial


El recurso pesquero amenazado

EDITORIAL

29 de noviembre de 2014 12:02 AM

El 27 de noviembre pasado la Universidad Nacional de Colombia daba la noticia de cómo había decrecido la captura de langostas en San Andrés, hasta el punto de estar agotándose.

La entidad decía que luego de hacer el perfil de la pesca artesanal en San Andrés, “Esta actividad se devela agotada, debido al incremento de pescadores, a la migración del recurso, al deterioro del arrecife e, incluso, al fallo de La Haya”.

Por otro lado, el calentamiento global deteriora los corales y los “blanquea”, matándolos finalmente. Y la carestía del combustible también hace que los pescadores vayan menos lejos y sobrepesquen las áreas coralinas cercanas a San Andrés.

El reporte de la Nacional también asegura que la pesca del caracol está igualmente disminuida, así como “la pesquería multiespecífica, que reúne a más de 90 especies que se pescan potencialmente, entre ellas, pargo, mero y atún”.

La tragedia ambiental tiene que ver mucho con la sobrepesca hasta de la viejalora, una especie herbívora que al limpiar los corales de las algas, también come y tritura algo de la superficie del coral y sus excrementos sólidos son por esta causa en gran parte la arena blanca de las playas gloriosas del Caribe.

El mero y el pargo, este último con varias familias que caben en esa denominación, son especies territoriales. Viven en el arrecife y defienden su espacio de caza y para procreación, literalmente correteando a los competidores siempre y cuando no sean más grandes que ellos.

El atún y demás especies pelágicas (marlin, pez vela, sierras, entre otras) no son territoriales, sino que buscan los cardúmenes de los que se alimentan en mar abierto.

Y si los daños locales son serios, no lo son menos los que ocurren en otras partes del Caribe. Según la misma fuente, “un estudio de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) demuestra una disminución del 35 % en la pesquería del Caribe en la última década”, debido a un vertimiento de petróleo del pozo Macondo, en el Golfo de México, accidente que “disminuyó la pesca en 100.000 toneladas” en el Caribe.

Para desgracia nuestra, las aguas del Caribe colombiano son saqueadas por una forma de pesca brutal e indiscriminada, los palangres, prohibidos en los países más preocupados por el medio ambiente, pero permitidos aquí a pesar de las múltiples denuncias mundiales en su contra. Que sepamos, no tienen un control efectivo y siempre logran renovar sus licencias de pesca.

Aplaudimos que los pescadores deportivos de este litoral, comenzando por los del el Club de Pesca de Cartagena, hayan comenzado a ponerles dispositivos satelitales a los peces de pico que pescan y sueltan vivos, de manera que se puedan rastrear sus movimientos para descifrar cómo cuidar este recurso mejor.

Es una lástima que el Gobierno de Colombia le ponga tan poca atención a sus recursos pesqueros en el Caribe y en el Pacífico a pesar de todas las alarmas que se han encendido. Menos mal que hay fundaciones, como la Malpelo y otras, que suplen en parte las falencias del Gobierno.

 

 

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