Editorial


El síndrome del Camellón

El Camellón de Los Mártires es uno de los lugares más emblemáticos de Cartagena y conmemora la saga de la Independencia de la ciudad, con la que en verdad comenzó la de Colombia, y honra a los mártires ejecutados durante la Reconquista por el “Pacificador”, el sanguinario Pablo Morillo.
El Camellón ha pasado por las ignominias más grandes que se le pueda hacer a espacio público alguno, especialmente uno tan ligado a esencia y origen de la ciudad. No solo se han roto bancas y perdido pedazos de mármol de pisos y fuentes, sino que hasta el busto de un prócer se robaron hace unos años, que afortunadamente cayó en manos de un ciudadano que lo compró para salvarlo y se lo devolvió a la ciudad a través de El Universal.
Después de estas ignominias el Camellón de los Mártires fue restaurado y no solo eso, sino que se añadieron elementos para conmemorar la participación de ciudadanos antes anónimos en la gesta de la Independencia, pero las placas de mármol donde se esculpieron sus nombres -los de las mujeres- fueron robadas y queda en el lugar la herida en cemento rústico del muro que la soportaba.
Al caer la noche la fauna urbana de la ciudad se va transformando a medida que pasan las horas y el Camellón va quedando en manos de lo peor de la ciudad: drogadictos, prostitutas y habitantes de la calle. Se supone que la Policía vigila el área, pero esa vigilancia no ha podido evitar que haya sido vilificada de manera imperdonable y a la vista de todos en la propia cintura de la ciudad amurallada, que une al Centro y a Getsemaní.
Pero el síndrome del Camellón de Los Mártires no se limita a ese sitio, sino que es parte de la idiosincracia de la ciudad, en donde parece existir una necesidad inatajable de destruir lo que se arregle y de desordenar lo que se ordene. La misma suerte corren las plazas Benkos Biojó y Joe Arroyo, y dentro de poco le podría pasar lo mismo a la plazoleta aún hermosa de la India Catalina, que transformó la sordidez de Puerto Duro en uno de los espacios públicos más agradables de la ciudad.
El Parque del Centenario, el complemento del Camellón de Los Mártires, calle de por medio, cuya restauración aún no se concluye pero que promete quedar tan hermosa como la de Puerto Duro, también será víctima del mismo síndrome de abandono y desgreño del Camellón y que ataca a los demás lugares si no hay una decisión oficial radical de cambiar este paradigma a cómo dé lugar.
Si algún sitio amerita cámaras de seguridad, vigilancia, control y autoridad, son estos emblemas urbanos que deberían estar impecables. Las cámaras servirían no solo para descubrir a los delincuentes, sino para que los mandos de la Policía sepan qué hacen sus subalternos durante la noche y tomar las medidas que fueren necesarias.
Ojalá el alcalde Vélez establezca un presupuesto adecuado de mantenimiento para todos estos sitios públicos, de los que debería disfrutar la ciudadanía sin tener que soportar el acoso de los desadaptados que se los toman arbitrariamente para destruirlos.

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