Editorial


Falsa dicotomía: informales vs. árboles

Cartagena, además de volverse cada año más caliente por efectos del calentamiento global, también se le sube la temperatura porque cada vez tiene más cemento; y sobre todo y más grave que lo anterior, porque tiene menos árboles y por lo mismo menos sombra, el único factor que debería estar bajo control de las autoridades distritales en vista de la imposibilidad de frenar el cambio climático y de impedir pavimentar las calles que lo necesitan para mejorar la movilidad y la calidad de vida.

Como es de conocimiento común, cuando una entidad o persona obtiene un permiso ambiental para talar árboles por alguna obra que lo requiera, debe compensar este daño ambiental sembrando varias veces más árboles en otro lugar.

En Cartagena, sin embargo, se pudo construir el Sistema de Transporte Masivo (SITM), Transcaribe, tergiversando el espíritu de esta norma porque muchos de los árboles talados fueron compensados con setos en algunas glorietas, que aunque están lindos y bien tenidos, no dan sombra ni la cantidad de Co2 que producen los árboles.

Se entiende que en algunas áreas urbanas es casi imposible reponer árboles por árboles, especialmente en unas vías para Transcaribe, hechas con las uñas, y derribando muy pocas edificaciones aledañas para crear nuevos espacios, y una de las grandes sacrificadas por este ahorro típica y lamentablemente tercermundista fue la sombra.

Tenerla en Cartagena no debería ser una opción, sino una obligación por razones obvias, y más ahora que se quiere estimular el uso del SITM, y que por lo mismo la gente debe caminar mucho más para encontrar una estación, comparado con detener un bus o buseta del sistema antiguo en cualquier parte.

Además de la complejidad anterior, la sombra urbana tiene un enemigo enorme y poderoso del que no se habla mucho, pero es un secreto a voces: los vendedores informales que se aglomeran donde la hay, agravando el problema de movilidad y espacio público, y quitándosela a los transeuntes que la necesitan para ir de un sitio a otro. La sombra es un imán para las ventas informales, y la mayoría de propietarios de establecimientos privados prefieren aguantar sol y calor que tener al frente una invasión del espacio público con todas sus consecuencias funestas en aseo, salubridad y movilidad, y no solo no siembran árboles, sino que si pudieran, muchos talarían los pocos que hay.

La ciudad tiene que resolver este problema de falta de autoridad, para entonces sembrar todos los árboles posibles y obtener esta sombra pública e indispensable, que además es una máquina natural para producir oxígeno. Y donde los árboles no sean viables, deberíamos tener aceras bajo techo entre ciertas áreas públicas y los paraderos de Transcaribe.

La ciudad debe arborizar y controlar su espacio público, especialmente el sombreado, pudiendo garantizárselo a toda la ciudadanía sin que sea monopolizado -como ahora- por unos pocos.

Además de la complejidad anterior, la sombra urbana tiene un enemigo enorme y poderoso del que no se habla mucho, pero es un secreto a voces: los vendedores informales (...)
 

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