Editorial


La deforestación

Según el Ideam, en 2013 se talaron en Colombia 120.933 hectáreas, un descenso con respecto a 2012, cuando se talaron 147.946, 57% de estas en la Amazonia, 22% en la zona andina y 10% en el Caribe.

Se supone que estos datos son mucho más confiables que los que se estimaban en años anteriores por la tecnología más sofisticada usada ahora para medir la deforestación, la satelital, y además por los informes complementarios dados al Ideam por las distintas agremiaciones.

Las causas originales de la deforestación fue la colonización de un mundo que en una época se consideró infinito y el símbolo del progreso era descuajar montañas a punta de hacha para sacar madera, con la que antes se construía casi todo, y luego para volver productiva a esa tierra “perdida” por estar llena de “monte”.

Los efectos de la deforestación de la cuenca del río Magdalena, donde vive el 85% del país, son especialmente trágicos para Cartagena, cuya bahía recibe miles de toneladas de lodo al año a través del Canal del Dique, amenazando la existencia de su puerto a través de un delta que va desde la boca del canal hacia Tierrabomba, además del daño hecho a los corales aledaños, incluidos los del Parque Nacional Natural Corales del Rosario y San Bernardo.  Los de la bahía de Cartagena están sepultados desde hace décadas bajo muchos metros de lodo.

El Sur de Bolívar sufre los embates del nuevo monstruo de la deforestación, la minería ilegal, que acaba con todo sin la responsabilidad de restituir esos daños inmensos, además de envenenar los arroyos y ríos con químicos letales -especialmente el mercurio- usados en la minería del oro, una verdadera maldición para el medio ambiente y la sanidad de miles de personas aguas abajo de estos desastres causados por el hombre. La minería ilegal comenzó a pico y pala, luego adoptó la tecnología de las motobombas para destrozar la tierra con chorros de agua a presión, y ahora utiliza grandes retroexcavadoras en manos de grupos armados ilegales, cuya insolencia les da para ni siquiera preocuparse por ocultarlas.  

Los pocos bosques secos tropicales que quedan cerca a Cartagena, los de Tierrabomba y Barú, van en vía veloz de extinción, destino similar al de los manglares de estos lugares, talados por los lugareños para rellenar humedales por encargo de terceros o por emprendimiento propio para luego venderlos a inversionistas.
Las grandes canteras en los cerros de Turbaco a ambos lados de la Troncal de Occidente, y la deforestación por otros motivos, como el boom de pequeñas fincas de recreo, tiene limitados a poquísimas hectáreas los bosques húmedos tropicales, entre estos los del Jardín Botánico Guillermo Piñeres.

Cartagena no solo sufre por la deforestación local, sino que es víctima directa del calentamiento global, también incrementado por la deforestación, que ya inunda de manera agresiva sus litorales. Y también sufre porque la tala acumulada en el país y en el mundo alteró las lluvias.

Ojalá aquí tengamos la sensatez de proteger y salvar lo poco que queda de nuestros bosques secos, húmedos y de los manglares.

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