Laudato Si’, la segunda encíclica emitida en el periodo del papa Francisco pero considerada la primera verdaderamente suya, toma su nombre del Cántico de las criaturas, compuesto por San Francisco de Asís, que quiere decir “alabado seas”.
Asís le agradece a Dios haber creado el fuego, el agua, la tierra y todas las criaturas. A todos los anteriores Asís los denominaba “hermanos” en el cántico. No hay duda de que el papa Francisco escogió el nombre de esta encíclica de 80 páginas y 45 mil palabras con toda la intención.
No pretendemos analizar aquí el documento sino referirnos a los comentarios hechos acerca de algunas partes de él, especialmente que el propio papa niega que sea un documento medioambiental, sino una especie de denuncia de la indiferencia del mundo desarrollado ante la destrucción del planeta, que ya es inocultable, como también lo es que la produce el hombre, una sentencia científica y no una opinión ideologizada.
Esta indiferencia y destrucción causada por los países desarrollados viene de ir tras ganancias económicas de corto plazo a pesar de que hay toda la evidencia dura de lo que está pasando, por qué y cómo. Uno de los resultados de esta actitud cortoplacista es que se creó una “cultura de botar” todo, donde los objetos son obsoletos muy pronto, un consumismo desenfrenado que no quiere ver, saber ni que le digan lo que le hace al planeta.
Y también son desechables, según el papa, algunos seres humanos: los nonatos, los viejos y los pobres, que según él son considerados basura.
Hablar de parar el cambio climático, o de combatir sus causas, siempre es “políticamente correcto” pero también es anonadante. Recibe aplausos pero suele quedarse en eso porque parece tan enorme que solo dependiera de los gobiernos de los países más importantes del mundo, ni siquiera de todos los que están en la ONU, sino de los que mandan en ella.
Como hay que comenzar por algún lado, los ciudadanos podrían hacer algunas cosas, como no recibir más bolsas plásticas con los productos del supermercado, sino llevar sus propias bolsas -las mismas- para cada compra. Si esta práctica se generalizara, la contaminación se reduciría enormemente al sumarse las acciones individuales de muchas personas.
Usar envases reutilizables también es una buena opción, y sobre todo, evitar todo lo posible los productos envasados en botellas plásticas desechables, o al menos, comprar las más grandes. Usar vasos no desechables también es otra buena medida, como lo es acelerar menos los autos para producir menos emisiones y gastar menos combustible. Sembrar árboles dondequiera que se pueda también conviene, incluidos los patios y parques urbanos, y también es importante ahorrar agua siempre.
Aunque estas sugerencias parezcan inanes, es mejor hacer algo, por pequeño que parezca, en vez de cruzarse de brazos y dejarle el asunto a los demás, incluidos los gobiernos.
Menos mal que el papa Francisco le jaló las orejas al mundo. Hay que hacerle caso.
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