La final de la Copa Libertadores entre River Plate y Boca Juniors fue catalogada como la “final del mundo”, por la rivalidad y la historia de ambos clubes de la ciudad de Buenos Aires.
Pero la que debía ser una fiesta futbolística para Argentina, terminó en una vergüenza luego de que el bus en el que viajaban los jugadores de Boca hacia el estadio Monumental para el juego de vuelta, fuera atacado a piedras por hinchas de River, dejando a varios jugadores heridos. La soñada final pactada para el 24 de noviembre, tuvo que ser suspendida.
Desde entonces la polémica se centró en que si el partido se debía jugar o no. Boca pidió ganar la Copa desde el escritorio, mientras que River alegaba que la agresión no fue dentro del estadio, por lo que pedía jugar de local.
Hasta el alcalde de Medellín propuso que la final se jugara en el Atanasio Girardot, pero la sede que más sonaba para la revancha, era Asunción, Paraguay.
Cuando se creía que la final se jugaría por lo menos en Sudamérica, la Conmebol decidió, para sorpresa de muchos, que el partido será el domingo 9 de diciembre en el estadio Santiago Bernabéu, en Madrid. Una de las razones de irse a España es porque en ese país es donde hay más argentinos viviendo fuera de su territorio.
Es penoso, primero, que Argentina no pueda ser testigo de un juego histórico por culpa de un puñado de violentos. Segundo, que no se haya podido organizar el encuentro siquiera en un estadio de Sudamérica. La conclusión es que nos quedó grande una superfinal entre dos archirrivales.
Y culpa del fútbol no es, pero lo cierto es que todavía en esta parte del planeta muchos no saben disfrutarlo.
Todavía hay estadios con gradas muy lejos del terreno de juego; con miembros de la policía custodiando a un jugador que va a cobrar un tiro de esquina para protegerlo de algún botellazo. Todavía hay que quitarse el cinturón a la entrada de un estadio, o prohibir la venta de cervezas dentro, o no permitir seguidores del equipo contrario para prevenir cualquier guerra entre las barras.
Coincidimos con Martín Caparrós, quien dice que “Sería bueno encontrar una manera de disfrutar del fútbol sin convertirlo en esa falsa cuestión de vida o muerte; hay muchas cosas por las que vale la pena pelear en serio, y el fútbol no es una de ellas. Pero no las encontramos porque no queremos buscarlas. Seguir así, “dando la vida por los colores”, nos permite creer que somos originales, diferentes, más intensos, más vivos. No que, en lugar de dedicar los esfuerzos importantes a las cosas importantes, los desperdiciamos en estas tonterías. El fútbol es un juego; si alguien se cree que no lo es, se vuelve un gran engaño”.
Seguramente el domingo todo será diferente, y algunos olvidarán por un momento el bochornoso episodio porque al final, un solo equipo, Boca o River, levantará el trofeo en Madrid. Sin embargo, la historia dirá que en América Latina no fuimos capaces.
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