Tal como publicamos en El Universal recientemente, hay un grupo de pescadores que se quejan porque no pueden usar sus atarrayas frente al área de la construcción del túnel de Marbella, ya que sería peligroso mezclar maquinaria pesada y pescadores jalando a tierra una red, sumados a los curiosos que querrían arrimarse a ver o a comprar pescados.
Simpatizamos con los problemas de los pescadores, aunque su queja en este caso no parece procedente, ya que hay un litoral enorme en donde podrían pescar. No tienen que hacerlo justo enfrente del proyecto del túnel y sus obras complementarias, como si solo allí hubiese peces y no los hubiera en donde sí se puede pescar, justo al lado del sitio vedado. Y que sepamos, el mar ni las playas han sido parceladas ni nadie puede impedirles a estos pescadores ejercer su oficio en otro lugar.
Pero los pecadores en general sí tienen mucho de qué quejarse ante el Gobierno nacional que hace ahora muchos aspavientos acerca del mar territorial perdido ante Nicaragua, pero no hace nada, ni lo ha hecho nunca, por preservar la pesca en aguas colombianas. Las licencias otorgadas por el Gobierno a los barcos palangreros equivalen a hacerse un harakiri pesquero, con el agravante de que las tripas que se derraman no son las de los burócratas rubicundos y centralistas del interior, sino de los pescadores artesanales del Caribe colombiano que ya no encuentran qué capturar.
Como no se pueden morir de hambre, sus redes tienen ojos cada vez menores, con lo que logran aplacar la hambruna, pero a costa del futuro inmediato, ya que capturan las especies juveniles que deberían estar libres para crecer y desovar. Poco a poco matan la gallina que ya no pone huevos de oro, sino de oropel. Los recursos del mar se están acabando por los cambios climáticos, por la contaminación, por la sobrepesca artesanal, que incluye la falta de vedas, y como dijimos antes, porque por unos pocos pesos pagados al Gobierno nacional, los palangreros arrasan con las pocas especies pelágicas que quedan.
Colombia necesita hacer un esfuerzo enorme por no seguir dilapidando sus recursos pesqueros y debería comenzar por pararle bolas al mar, y por nombrar y empoderar a personas idóneas en donde se otorgan las licencias de pesca, hoy por las razones equivocadas.
A los pescadores artesanales se les debería organizar en explotaciones acuícolas en el mar, no en los manglares, la salacuna de los arrecifes, cuya protección da risa: se sancionan a las empresas y se les imponen compensaciones, y esto está bien, pero mientras tanto las autoridades ambientales no hacen nada con las invasiones y talas descaradas de los mangles aledaños a la ciénaga de la Virgen por parte de invasores, pobres la mayoría, pero aupados por “empresarios” en la sombra.
Lástima que el Distrito no lidere la recuperación del recurso pesquero, en lo que se debería unir con las demás ciudades del litoral para implantar políticas comunes para no permitir que se siga destruyendo la fauna marina. Si seguimos así pronto no quedará nada en el mar.
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