Editorial


La siembra prodigiosa de la música

Julia Salvi ha logrado que la música clásica europea y la música del Nuevo Mundo se abracen en nueve días en Cartagena de Indias. El Cartagena Festival Internacional de Música es considerado ya por la crítica planetaria como uno de los diez mejores festivales musicales.
Este honor lo logró con un esfuerzo descomunal seleccionando grupos y artistas de los  cinco continentes e interesando a los empresarios colombianos en la necesidad en invertir en la cultura, espacio transformador de sensibilidades, voluntades y generador de desarrollo social. Tampoco eso es fácil.

El diálogo con la ciudad se ha ido afinando cada vez más, hasta el punto de que luego de culminado el festival el evento deja para Cartagena uno de los diez centros de reparación y mantenimiento de instrumentos de cuerda en la Escuela Taller de Cartagena.
Los niños que hace siete u ocho años escucharon por primera vez a Beethoven, Bach y Mozart en algunos de los conciertos gratuitos ya no son los mismos. La música sembró un nuevo y secreto destino en cada uno de ellos.

No todo lo puede hacer la Fundación Salvi. La agenda local tiene que continuar esa siembra y cosecha musical que se extendió esta vez hasta Palenque ( y eso no es populismo). Es que la tarea de invertir y sostener esos talentos locales requiere de una política pública que impulse esos valores. Cartagena que tanto nombra a Adofo Mejía, el más grande músico que ha dado el Caribe colombiano, jamás ha grabado uno de sus álbumes para generar una sensibilización pedagógica. Tampoco lo ha hecho con un gran músico colombiano como Lucho Bermúdez o Joe Arroyo. Los homenajes no pasan de un pergamino, el bautizo de una calle o una estatua. Pero se olvida lo esencial: la obra musical.

La lección de Julia Salvio ha sido el rigor de su agenda excelsa y la posibilidad de reconocer los diversos sonidos y melodías del Nuevo Mundo. Las clases magistrales y el concierto de los nuevos talentos son dos ventanas de estímulo del festival que culmina con un éxito rotundo. Traer a Cartagena a dos de las mejores pianistas como las francesas Katia y Marielle Labéque o a los virtuosos hermanos brasileños Sergio y Ordain Assad, al más grande compositor contemporáneo del Brasil: a Guinga, y haber permitido que las leyendas narrativas y musicales del siglo XX volvieran a revitalizar las fantasías del mundo contemporáneo con la puesta en escena de La Cenicienta, es demasiado en tan poco tiempo.

El festival creció en espacios y posibilidades y es ya uno de los patrimonios culturales de Cartagena para el mundo. Es todo el país el que se apropia de este festival, pero aún hay mucho por hacer para que los mismos cartageneros se apropien más de este privilegio musical que solo tiene antecedentes en los Festivales de Música Clásica de los años cuarenta y cicuenta del siglo pasado.

Julia Salvi demostró ser una cuidadosa gestora de una empresa colosal que cubre con excelencia los espacios de Cartagena. Ninguna ciudad del mundo tiene la suma de los atributos para que esto ocurra.

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