Editorial


Las aves en la economía local

Hay actividades percibidas como políticamente correctas, hasta meritorias y suelen ser alabadas de labios para afuera porque son difíciles de criticar, pero en realidad son vistas como inocuas por la mayoría de las personas, y sus proponentes como tontos bien intencionados.

Muchos aspectos de la conservación de la flora y fauna entran en esta categoría cuyos propósitos son loados públicamente y se convierten en objetos de conversación, pero casi nunca de acción.

Esto sucede a pesar de que el calentamiento global y la degradación que causa en el planeta nos pone a todos en peligro ya, en nuestras vidas, porque sus consecuencias dejaron de estar reservadas para un futuro lejano a cargo de otras generaciones, aunque para ese entonces serán peores. No es sino tomar nota del verano que agobia a la Costa Caribe, cuyas consecuencias los citadinos no alcanzan a sentir. Aún.

Pero la visión fatalista que impide actuar tiene su contra en el mundo del pragmatismo, del que nos puede dar lecciones Costa Rica, país pobre y pequeño comparado con el potencial y tamaño de Colombia. Esta nación centroamericana  aprendió a “vender” su naturaleza a las cámaras y ojos de sus visitantes, y por lo mismo hace el milagro de vender el mismo artículo miles de veces, y lo cuida para asegurarse de que esté disponible para cada nuevo turista. No solo son prácticos, sino avispados, porque de un solo golpe conservan su riqueza natural y le sacan mucho dinero.

Colombia es el país más rico en aves en el mundo y ya pasó hace mucho rato de 1900 especies distintas, según la más reciente guía de campo de Proaves, una fundación nacional de gran importancia que se dedica no solo a descubrir las aves desconocidas, sino a tabularlas y a conservarlas. Y hacerlo obliga también a conservar los hábitat de estas aves, ya que muchas especies tienen exigencias ambientales distintas para sobrevivir. Ciertos pájaros solo comen ciertos alimentos y anidan solo en ciertos árboles, y a cierta altura sobre el nivel del mar. Así que por “regla de tres”, conservar las aves es conservar el mundo, y por supuesto, conservarnos a nosotros mismos.

Después de todo, no son tan tontos ni tan ingenuos los conservacionistas como podrían parecerle al ciudadano común y corriente, con más tendencia a estar desinformado y a no entender bien su conexión directa con la naturaleza, no como cosa remota, sino como inmediata y urgente.

Cartagena y Bolívar tienen en sus propias narices una riqueza poco explotada, como son sus muy diversas especies de aves, desde las marinas a las terrestres, sin excluir las anfibias. Avistarlas es una industria importante en otros países: ¿por qué no puede serlo aquí también?

El primer paso sería traer expertos a la ciudad, por ejemplo, los de Proaves, para que nos asesoren y poder profesionalizar la actividad de avistar aves y convertirla en el gana gana local y regional que debería ser, un gran negocio para los guías y el turismo en general, y un negocio mucho mejor aún para la naturaleza y para quienes estamos obligados a conservarla para conservarnos a nosotros mismos.

Es tan obvio que a veces cuesta trabajo descubrirlo.

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