Editorial


Las expectativas de La Habana

Las conversaciones de paz de La Habana entre el Gobierno y las Farc tienen al país en ascuas. Aunque los colombianos quieren la paz, hay discrepancias profundas acerca de cómo conseguirla.

¿Qué quieren las Farc y qué quiere la mayoría de los colombianos?

Las Farc quieren el poder y para ellas las conversaciones de paz son parte del viejo axioma de la combinación de todas las formas de lucha, sin descartar ninguna opción, pero la de dialogar es la que más probabilidades tiene de acercarlos al mando en la situación del país y del mundo.

¿Para qué quieren el poder las Farc?

Quien crea que con solo firmar la paz en La Habana el país regresará al statu quo, se equivoca. Las Farc no quieren ser un partido político más, sino seguir el libreto del vecindario e implantar en Colombia el Castro comunismo que hay en Venezuela y que en mayor o menor medida gana terreno en otros países latinoamericanos.

Pero la Revolución Bolivariana es la más ortodoxa de todas y el enclave castrista en América del Sur, cabeza de playa para extenderla al resto del continente. No le importa un pepino a los líderes farianos que Venezuela esté destruida por dentro a pesar de su petróleo.

Y siempre habrá alguien fuera de las fronteras a quien echarle las culpas. Ante el reciente apagón de Venezuela, debido a la ineptitud del régimen, que va destruyendo a toda velocidad la infraestructura pública de ese país, antes de vanguardia, Maduro dijo de inmediato que era algo así como un “golpe eléctrico” de la extrema derecha nacional aliada a la extrema derecha internacional.

¿Y qué quiere el pueblo de Colombia?

Pues no quiere que este país pase por la destrucción de Venezuela, pero tampoco quiere que siga el statu quo, que es el abandono del Estado a amplios sectores nacionales, como lo demostraron los paros recientes, que aunque hayan podido tener a oportunistas de las Farc y de sus émulos colados en las manifestaciones, obedecen a insatisfacciones profundas de los campesinos y de muchos otros sectores y no a un supuesto poder y capacidad organizativa de la guerrilla, a la que no le alcanza para tanto.

Los paros, cuyas brasas  podrían volverse llamas de nuevo si el Gobierno no atiende el malestar popular y de la clase media, fueron una derrota para varias organizaciones gremiales tradicionales, que ya no representan a sus sectores sino a grupúsculos. 

El camino militar contra las guerrillas está limitado porque los cabecillas tienen nuevas retaguardias, los países vecinos, donde siempre estarán a salvo de las fuerzas armadas colombianas.
Las Farc tienen el apoyo de Venezuela y lo tendrán aún más como partido político para subvertir el orden de Colombia por dentro, siguiendo el modelo chavista, que incluye su propia guerrilla armada. ¿Entregarán las Farc las armas si firman la paz?

Ojalá las entregaran todas, y aunque no hay que satanizar la paz con la guerrilla, tampoco hay que pecar de ingenuos.

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