Editorial


Las lecciones de la Selección

La vida cotidiana en nuestro país está perfectamente simbolizada en el fútbol, de manera que la jubilosa circunstancia de la clasificación al Mundial de Brasil 2014 de nuestra selección en una remontada histórica el pasado viernes en Barranquilla es también una excelente lección para entender la mejor manera de sacar a nuestro país adelante.

La mayoría de los comentaristas deportivos atribuye la excelente campaña de la Selección en las eliminatorias suramericanas, entre otras causas, a que se consolidó el trabajo en equipo. Efectivamente muchos de los integrantes habían venido jugando juntos hace algunos años, y el técnico José Pékerman logró inculcarles el sentido de colaboración y solidaridad para lograr los objetivos.

Las veces en que los jugadores se apartaron de este principio y decidieron intentar llegar al arco contrario de manera egoísta y por su cuenta, fracasaron estruendosamente.

En la vida diaria, sólo el espíritu solidario puede lograr que una ciudad o una nación avancen de manera equilibrada y que el bienestar que ese desarrollo construye les llegue a todos por igual.

Un ejemplo sencillo de la validez de este principio lo vemos a diario en Cartagena: cuando en las vías algunos vehículos se lanzan desaforados a pasar a los demás, inevitablemente se forman embotellamientos que terminar por hacer perder el tiempo de todos. En cambio, cuando algunos ceden el paso y en lugar de entorpecer el tránsito de los otros, la facilitan, el flujo es armónico y todos llegan a tiempo.

Otra causa del éxito fue el respeto al rival, ya fuera la humilde Bolivia como a la poderosa Argentina, conociendo objetivamente sus debilidades para explotarlas o sus fortalezas para contrarrestarlas.

Muchas ciudades o países se estancan porque no respetan a las demás ciudades o países que algo pueden enseñarle y los miran por encima del hombre, pretendiendo que tienen el secreto de la prosperidad.

Pero la lección más valiosa que ha podido dejarnos la Selección Colombia nos la dio el viernes pasado, al enfrentarse contra Chile en el Estadio Monumental y terminar el primer tiempo perdiendo 3-0 ante la decepción de millones de colombianos que seguían el juego. Era un desempeño desastroso, donde nadie de Colombia parecía saber qué estaba haciendo y corrían de un lado a otro de la cancha sin orden ni propósito.

Un técnico lúcido y experimentado que detectó y corrigió sus errores, y unos jugadores con gran fuerza interior, comenzaron a trabajar con armonía, dispuestos no sucumbir ante este obstáculo poderoso que se atravesaba en su camino y se fijaron la meta de levantarse de tan estrepitosa caída, tomar impulso y vencer sus propias limitaciones para emprender por quinta vez la aventura de un Mundial.

En un ejemplo de valor, que nos dice a todos que no podemos dejarnos vencer por la primera traba que se atraviese en nuestro camino, que los fracasos son la mayoría de las veces producto de nuestros errores y sólo nosotros podemos corregirlos para aprender de las caídas las lecciones que nos permitan enderezar el rumbo.

Y una lección anexa es el sentido común y la humildad que han mostrado los jugadores después de la alegría, sin dejarse obnubilar por el brillo equívoco de los éxitos, para afirmar que todavía es largo y duro el camino.

Dos cosas hay que agradecerle a la Selección Colombia: la alegría de estar en el Mundial y las enseñanzas de vida.

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