El proceso de paz en La Habana entre el gobierno de Santos y las Farc ya se percibe como irreversible, a pesar de que cualquier problema inesperado podría echarlo atrás, pero es cada vez más difícil creer que suceda dado su momentum. Paralelamente, y muy a pesar de la alta posibilidad de que culmine, aún genera grandes desconfianzas.
La insistencia del presidente Santos de que una vez se firme la paz con las Farc habrá dinero para invertir en otras cosas es apenas parcialmente cierto porque la paz de Colombia no es sinónimo de la paz con las Farc, ni luego con el ELN, si es que se diera.
Colombia no podrá desmontar sus fuerzas militares ni debilitarlas porque de nuevo tiene grandes extensiones de tierra y áreas urbanas clave controladas o muy influidas por las tales bacrim, algunas meros rezagos de paramilitares no desmovilizados o reagrupados después de ese proceso, pero todas dedicadas al tráfico de narcóticos. Y mientras haya bacrim armadas y opulentas, y queden reductos guerrilleros narcotizados, es difícil pensar que pueda haber paz en Colombia.
También es un simplismo decir que la habrá solo con firmarla con las Farc cuando las experiencias de algunos países centroamericanos, de los que tenemos que aprender, demuestran que la seguridad allí se deterioró aún más cuando gobiernos e insurgentes firmaron tratados, porque no tenían cómo poner a trabajar a los exguerrilleros, y ahora el pandillismo de las tales “maras” flagela a estos países, de manera similar que las bacrim a Colombia, y a veces mucho peor.
Tampoco inspira confianza la paz con las Farc porque se cree que emularán el éxito inicial de Hugo Chávez, con la diferencia de que este mintió acerca de sus intenciones, mientras que las Farc han dicho abiertamente que pretenden imponer su revolución por otros medios. Es decir, la combinación de todas las formas de lucha, en este caso usar a la democracia para desmontarla por dentro, como en el caso venezolano y otras variantes del mismo libreto en la región.
Y luego, y quizá más importante, y como lo sabe bien y dice el propio gobierno, la paz no será automática al firmarla con las Farc ni con nadie más porque la inequidad del país es demasiada. Las distancias entre los estratos socioeconómicos urbanos ricos y pobres son inmensas, y entre estos y los habitantes del campo son aún peores, y la semilla de la violencia también está ahí. Para que haya paz hay que arreglar lo anterior.
Colombia por supuesto quiere la paz, pero no se logrará caricaturizándola en La Habana, aunque conviene que las Farc y el ELN dejen la guerra, y es mejor que lo hagan a que no lo hagan.
Por lo pronto los actores de La Habana deberían trabajar por ganarse la confianza de los colombianos siendo más abiertos respecto a lo acordado los unos, y menos imprudentes en las declaraciones ante los micrófonos los otros.
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