Editorial


Otra vez, un naufragio en lancha pirata

La temporada de Semana Santa suele ser una de las más peligrosas, como es la de diciembre y Año Nuevo, para la navegación de lanchas turísticas porque, por ser verano o época seca, como se le quiera llamar, predomina la brisa del norte y esta es la que más levanta el mar en nuestro litoral. Es cierto que en la época de lluvias hay tormentas tropicales súbitas que van de la calma chicha, o mar totalmente quieto, hasta vientos fuertísimos con olas que se levantan súbitamente, tomando por sorpresa a muchos neófitos y exigiendo el máximo de las embarcaciones y de sus tripulaciones, aún las que se percataron del temporal que venía.

Pero una cosa es que cualquier tormenta súbita o los mares del verano, cuyas olas son muy grandes, zarandeen a embarcaciones bien equipadas, con buenos motores y tripulaciones idóneas, sin sobrepasar el peso para las que fueron diseñadas, las que así tienen todas las probabilidades de sortear con éxito estas situaciones difíciles, y otra cosa muy distinta es que embarcaciones no aptas ni diseñadas para salir de la bahía no solo lo hagan, sino que lleven sobrecupo y que tengan motores defectuosos y malos equipos. Estas suelen ser de tipo ‘taxi’, que en general son cascos de borda baja, y que queda más allá de su tolerancia al llevar mucho más peso del indicado. Es decir, estos son naufragios buscados.

La rutina trágica de esta época de verano suele ser la siguiente: zarpa la lancha por la mañana de algún sitio no autorizado con pasajeros reclutados en las playas u otros sitios por operadores turísticos piratas, pasan la mañana en las islas y se regresan demasiado tarde, cuando el mar está más pesado, y se encuentran con el contraste de corrientes que hay en Punta Gigante, entre la que baja del norte y la que sube por la costa de Barú desde el sur, cuyas olas obligan a bajar la velocidad, y al hacerlo, dado el sobrepeso y la poca borda libre, entran olas por la popa, inundan la lancha y esta se voltea o se va a pique, y puede quedar al revés en la superficie o con la popa hundida y la proa asomada.

Las autoridades saben esto, pero Guardacostas no tiene suficientes lanchas ni presupuesto para operarlas, y no puede controlar todos los zarpes ilegales, multiplicados en esta época desde muchos puntos distintos.

Estos naufragios de malas embarcaciones sobrecargadas de turistas se volvió repetitivo y el Estado tiene que aumentar el presupuesto de la Armada para que tenga más unidades de Guardacostas y evitar que esto siga pasando. Si no se hace, podría haber una tragedia grande que hasta ahora se ha evitado y que además de sus repercusiones humanitarias, le daría un golpe duro al turismo de la ciudad. La dirigencia local debe exigirle al Gobierno central que resuelva este problema de inmediato.

 


 

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