Editorial


Paz en la ciudad si la hay en el campo

Los problemas de las ciudades colombianas se crecen de forma geométrica y a gran velocidad, mientras las soluciones llegan incompletas y en burro.

La pobreza y el hacinamiento urbanos crean presiones enormes para las administraciones municipales, especialmente porque no para el éxodo del campo hacia los cordones de miseria urbanos por la violencia rural y porque en el campo la pobreza es aún mayor que la de las ciudades, si bien allí se come menos mal.

El pandillismo y otras formas de criminalidad e inseguridad se deben en buena parte a la falta de empleo digno, fuente de buena parte de los males, aunque no sea la única razón.

Es claro que la mejor estrategia a la que le deben apuntar las ciudades es a la prevención, y esa comienza porque haya un campo sano, vigoroso y productivo para que se queden allí sus habitantes y para que puedan regresar algunos de los hacinados en los barrios de las ciudades.

Pero nadie que haya probado la energía eléctrica, los ventiladores y neveras, además del agua potable, querrá regresar al campo así esté en la miseria más terrible en las ciudades y hará lo imposible por quedarse, incluyendo enrolarse al crimen.

Así que las ciudades tienen que asumir una actitud proactiva hacia el campo en general y hacia el más inmediato en particular.

Ya sabemos que el campo necesita que llegue el Estado con todos sus servicios: vías, educación, salud, energía eléctrica y agua potable, pero también tierra para trabajar, asistencia técnica y créditos blandos, además de grandes presas para almacenar los excesos de agua en invierno para regar en verano.

El campo tradicional de ganadería extensiva es cada vez más insostenible y el ganadero tendrá que llegar a ser primero un agricultor avezado que siembre pastos y forrajes que le permitan no solo alimentar en invierno, sino almacenar comida en forma de silos y heno durante las épocas de lluvia para usar en los veranos, además del alimento verde que pueda dar a los ganados de leche a través del riego.

Hacer lo anterior quiere decir incrementar la producción por hectárea de manera dramática, lo que también implica liberar tierra ganadera para agricultura y bosques, incluyendo los que se siembren como alimento de ganado en sistemas silvopastoriles.

Del deterioro del medio ambiente se habla tanto que parece que la gente hubiera perdido el sentido de lo que significa y de lo que puede hacer cada cual, pero sus consecuencias ominosas son cada día más obvias a pesar de la ceguera de los retrógrados recalcitrantes que se niegan a aceptarlo como creado y acelerado por el hombre.

Para enfrentar lo anterior con la amplitud de visión necesaria, Cartagena necesita una dirigencia política y empresarial sintonizada con nuestras necesidades, dispuesta a trabajar coordinadamente, como ya proponen varios integrantes del Concejo de Cartagena con respecto a los congresistas de Bolívar, a ver si comenzamos a recuperar el tiempo perdido para poder mejorar la calidad de vida de gente de la ciudad y del departamento.

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