Editorial


Pelea de tigre con burro amarrado

EL UNIVERSAL

15 de junio de 2016 12:00 AM

Otra vez está en las noticias Uber por su nuevo servicio de “car pool”, es decir, cuando dos pasajeros comparten un solo vehículo porque van para el mismo lugar y les cuesta la mitad. El uso compartido de los carros es común en otros países y en las autopistas de los Estados Unidos, por ejemplo, hay un carril especial mucho menos congestionado para los carros que llevan más de un pasajero.

El gobierno sigue considerando el servicio de Uber como ilegal, mientras que esta compañía insiste en que no cabe en la categorización hecha por el gobierno para el servicio de taxis “de lujo”.

Es curioso que un sistema que llena un vacío enorme en el país sea tan perseguido como ilegal, y sin embargo, nadie parece perseguir a los taxis que prestan un servicio colectivo ante los ojos de todos, a plena luz del día, y que es igualmente ilegal, con el agravante de que paran inesperadamente en cualquier parte para recoger o dejar pasajeros, obstaculizando el tráfico de manera repetitiva. Pero ahí siguen, como si nada.

Extraña también que en Cartagena funcionen unos camperos colectivos, antiguos, desvencijados y peligrosos, que andan con las puertas traseras abiertas y amarradas para que no se cierren, y con frecuencia llevan pasajeros colgados en la parte trasera a manera de “racimos” humanos, afuera de la cabina, y las autoridades no los saquen tampoco de las vías. Igual sucede con el mototaxismo, que inundó a esta y a otras ciudades y sigue tan campante, aunque poniendo una cuota altísima de muertos por accidentes, tanto conductores como parrilleros.

Estos tres servicios ilegales tienen en común que tienen demanda: hay gente dispuesta a usarlos a pesar de todo por precio, preferencia o mera necesidad.

A Uber le pasa igual: tiene clientela. Sus conductores usan autos nuevos, son corteses y le preguntan al pasajero si quiere oír música o noticias antes de encender el radio o el equipo, los carros están impecablemente limpios y son conducidos con cuidado. Un GPS marca la ruta en el celular del cliente y la carrera se le carga a la tarjeta de crédito. Es fácil reclamar y sus usuarios aseguran que reciben atención oportuna. Tanto el conductor como el pasajero son calificados el uno por el otro, y cualquier abuso puede tener la sanción de vetar al pasajero problemático o sacar de Uber al conductor abusivo.

Su servicio es el opuesto al de los taxis tradicionales, que no respetan ninguna norma y se comportan como mototaxis de cuatro ruedas, cambiando de carril a su antojo y sin consideración por turnos y filas en la calle. Su oportunismo en la vía es ramplón, incómodo y peligroso.

Los taxistas deben capacitarse para ganarse la clientela que le crece a Uber porque está harta del mal servicio de los taxis convencionales. Esta es la solución realista. Por el momento es como una pelea entre un tigre y un burro amarrado, y la está ganando Uber.
 

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