Editorial


Playa gris

En Cartagena hay un grupo de personas en la cárcel por construir edificios irregulares y peligrosos, y se encontraron hasta ahora 300 de estas construcciones ilegales, y con seguridad hay muchísimas más. Pero esto no solo ocurre en Cartagena, sino en todo el país, siendo el caso ‘emblemático’ el del conjunto de edificios Space, en Medellín, construidos en lotes de primer nivel, y tuvieron que ser demolidos. Tienen en común estos casos que la ley intervino y hay personas respondiendo por lo que hicieron.

Lo que ocurre en Playa Blanca es aún más insólito, ya que una zona de bajamar, es un tesoro de la naturaleza, es irrepetible, y ha sido canibalizada descaradamente durante varios años sin que se hiciera nada distinto a unas pocas demoliciones que fueron más publicitarias que efectivas. No solo no se ha podido reversar esa tendencia, sino que sigue en auge y no dudamos que en este momento, aun con todo el agite de la acertada medida del Ministerio de Ambiente de cerrar 1,1 km del norte de Playa Blanca, hay invasores construyendo en alguna parte y consolidando la invasión, lo que equivale a daños ambientales casi irreversibles por talar el manglar y demás bosque seco tropical, y a la vez verter aguas servidas y tirar basuras comunes y corrientes por doquier. Pronto no será una playa blanca, sino gris.

Cualquiera supondría que hay pocas personas oriundas de Barú con la capacidad económica para construir la gran cantidad de hostales y ranchos que parecen brotar del terreno. Aunque es probable que cada sitio tiene a alguien local que daría la cara como propietario, una investigación detallada quizá arrojaría que muchos no podrían demostrar de dónde salieron los recursos para construir estas casas y hostales, y si fuera así, alguien tendría que estar financiándolos. Una averiguación minuciosa por parte de las autoridades, si les interesara, tal vez daría resultados en ese sentido.

También es una falacia argumentar que cerrar a Playa Blanca, parcial o totalmente, es inconveniente porque mucha gente vive de ella, cuando la están destruyendo y de seguir así, en poco tiempo nadie podrá vivir de ella ni en ella, y no servirá para nada. Esa inmediatez populista no lleva a ninguna solución, aunque suene bien superficialmente. Playa Blanca es el atractivo de Barú, y lo lógico sigue siendo fomentar la hotelería formal y respetuosa del ambiente, para generar empleos también formales, sin invadir Playa Blanca, ya que esta es a Barú lo que el Centro de Cartagena es a la ciudad: su caja registradora. Una Playa Blanca libre de invasores atraería a un turismo responsable y todos los habitantes se beneficiarían mucho más.

No solo se debe cerrar su parte norte para que desoven las tortugas carey, sino que se debería restituir todo ese espacio público para intentar salvarlo, garantizándoles a los baruleros que siempre tendrán ese atractivo allí para vivir de él. Seguirlo arrasando es no solo un crimen ecológico, sino un acto autodestructivo.

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