Editorial


¡Que no muera la tradición!

Los seres humanos creamos cultura, a través de expresiones como el arte, la música, la gastronomía, los mitos, el lenguaje y las fiestas.

Estas expresiones se van transmitiendo de generación en generación directa o indirectamente, principalmente cuando los niños observan a los adultos practicándolas o hablando de ellas y aprenden de lo que ven y experimentan en la vida cotidiana.

Es mediante la transmisión de sus costumbres y creencias como una ciudad, una región o un país aseguran que las generaciones jóvenes contribuyan a preservar los conocimientos, valores y manifestaciones culturales que los distinguen de otros.

Cuando hablamos de conservar las tradiciones de una región o de un país, estamos hablando de practicar las costumbres, expresiones artísticas, juegos y hábitos festivos que determinan la identidad regional y le dan riqueza expresiva a las maneras de comportarse de una comunidad.

Y aunque tradiciones y costumbres cambien con la época, debido a la instauración de nuevas formas de expresarse, derrumbe de tabúes, inmigración y globalizacón, la fuerza de una tradición puede mantenerse en su esencia como un símbolo de los principios y valores que rigen una sociedad.

La tradición no se conserva solamente con la frecuencia con que la gente la reproduzca, sino también con la voluntad de compartir de verdad las ideas y creencias que la originaron.

Por el contrario, la tradición se esfuma cuando la gente deja de profesar las ideas que la sustentaron y cambia su manera de entender el mundo y vivir la realidad.

Una de las formas más dramáticas de matar una tradición es dejar que costumbres foráneas o impuestas sin sustento cultural y con criterio comercial se infiltren en la cotidianidad de la gente y la dejen sin acervo cultural que le sirva para cimentar su identidad.

Entonces un estribillo de muchos años que se cantó en la niñez, como “Esta casa es de rosas, donde viven todas las hermosas. Esta casa es de ají, donde viven las cují. Esta casa es de agujas donde viven las brujas”, desaparece en la memoria frágil de los adultos, que ven cómo sus hijos los reemplazaron por otros que llegaron tergiversados de civilizaciones ajenas, como “triqui, triqui, Haloween, quiero dulces para mí...”, que aunque guarden similitudes, están separados por una gran brecha cultural.

Hace más de 15 años, empezó una cruzada, que encabezó la ONG Coreducar, para rescatar y enraizar de nuevo la tradición infantil de todos los primeros de noviembre, conocida como “Ángeles somos”, cuya evocación de los mayores de 40 años debe tener el nostálgico sabor de los tiempos en que eran verdaderamente felices.

Aunque falta un esfuerzo mayor, sobre todo de escuelas y hogares para consolidar ese rescate, lo cierto es que esa cruzada de Rosa Díaz, fue como sembrar una semilla en tierra fértil, para que ahora recojamos los primeros frutos.

A todos nos compete continuar este esfuerzo.

 

 

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