Editorial


Siguen cayendo caballos cocheros

EL UNIVERSAL

13 de abril de 2017 12:00 AM

Antier se cayó otro caballo cochero en el Centro, esta vez próximo a La Serrezuela. Las autoridades le atribuyen la caída a un susto por un carro en contravía, y este susto ocasionaría el resbalón.

Esto puede ser parcialmente cierto pero no parece ser la historia completa. Es más probable que el cochero frenara al caballo al ver un auto en contravía, y la frenada súbita del animal lo obligó a recibir el peso pleno del coche, más su inercia, sin tener buena tracción porque sus herraduras son metálicas y el concreto de las calles del Centro es liso, una combinación fatal, de manera tal que el coche debió tumbar al caballo, al no tener este apoyo para recibir el empujón. Un caballo con herraduras de acero no tiene nada que hacer en calles de concreto, hecho que hemos repetido antes en este espacio. Sus herraduras deberían ser hechas de un material encauchado para maximizar la tracción y minimizar los resbalones.

Los caballos cocheros sufren mucho cuando tienen que frenar el coche, como acabamos de explicar, pero también cuando este está detenido y deben arrancar, sucediendo el fenómeno contrario: el peso del coche quieto es inmenso, y el caballo tiene que jalarlo con gran esfuerzo, y todo el tiempo patina y se resbala hasta que al fin lo echa a andar y ya la labor se le hace más suave. En las curvas también sufre mucho por el mismo motivo: falta de tracción para jalar o parar el coche, más sus ocupantes.

El problema para los cocheros es que un juego de herraduras encauchetadas costaría varias veces más que un juego de las convencionales de acero, y se gastarían igual o más rápidamente, elevando notablemente el costo de operación.

Un problema adicional es que cada coche y su caballo son exprimidos al máximo porque este binomio tiene que darle de comer a uno o más operarios, y por supuesto, al dueño, que rara vez es quien lo conduce. Y además, los caballos viven en unas pesebreras que dan grima, y más parecen cepos de castigo que sitios pensados para que el animal esté cómodo y pueda descansar. Difícilmente se pueden echar en estos espacios estrechos, y por lo mismo, no pueden descansar lo suficiente. Otro problema es que muchos suelen venir uncidos al coche desde los extramuros de la ciudad, y después de un día arduo de trabajo, se devuelven de la misma manera, teniendo una nutrición que no da para tanto.

Dicho todo lo anterior es justo decir que la situación de los caballos cocheros ha mejorado, aunque no lo suficiente. Ponerles las herraduras adecuadas sería un paso gigantesco para su bienestar, el que las autoridades deberían tratar de imponer mientras este sistema siga operando en la ciudad.

No es de extrañar que los grupos de animalistas pretendan que sean cambiados los coches por vehículos eléctricos, que no hacen sufrir a nadie, humano ni animal; no ensucian la ciudad, ocuparían menos espacio y les cabe más gente.

 


 

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