Editorial


Votar a conciencia

Nunca estará de más discutir sobre lo que significa el voto para los cartageneros, pues no siempre debe esperarse una justa electoral para poner en el tapete tan delicado tema.

Delicado, porque es un derecho y una obligación que aún la mayoría de los habitantes de esta sección de Colombia no ven como tal, sino como un compromiso con el seudo político que ofrece dádivas; o como una forma de resolver, por unos cuantos días, alguna necesidad cotidiana que obliga a no buscar soluciones diferentes a la venta del voto.

Tampoco sería descabellado incluir en las causas de la inconsciencia de los votantes la forma como el cartagenero (sobre todo el de menos recursos) concibe al politiquero y al funcionario: esa relación malsana es una de las muestras más claras de que la estructura colonial-esclavista del siglo XVI tiene aspectos que continúan vigentes entre nosotros.

A pesar de las centurias que han pasado desde que se logró la emancipación del dominio europeo, el cartagenero aún no interioriza que el funcionario es su servidor, su empleado, pues se le elige para que trabaje por la comunidad; y se le paga con los impuestos que el ciudadano no siempre encuentra fáciles de entregar al Estado.

Y es ese adormecimiento histórico el que ha logrado que las ya conocidas familias politiqueras se hayan perpetuado en el poder público durante tantas décadas, aún con personajes cuestionados por los medios de comunicación y hasta condenados por las instancias judiciales, no solo en Cartagena sino en toda la Región Caribe.

Por esa ausencia de dignidad de parte de los electores, es comprensible que un funcionario o un politiquero se revistan de arrogancia en cuanto tocan el poder, actitudes que la gente acepta y hasta ensalza dentro de la más vergonzosa réplica del servilismo, que era común en las épocas de la monarquía colonial.

De ahí que gran parte de la población se desentienda de los procesos políticos que la afectan positiva o negativamente; y que los habilitados para votar lo hagan sin analizar propuestas ni cuestionar aspirantes, puesto que la sumisión y el interés personal son los motores que movilizan a esa gran masa de votantes indolentes.

Ciega ante lo que significa poner la ciudad en manos de los peores hombres, la mayoría de los cartageneros no alcanza a percibir la magnitud del poder que tiene en sus manos al votar; y mucho menos podría aprovechar la oportunidad que el mismo Estado le brinda de votar en blanco, si considera que los aspirantes no son los más idóneos para regir su destino.

Pero la lucha, aunque dura y prolongada, debe seguirse dando. Deben organizarse campañas a través de los medios de comunicación, los planteles educativos, puerta a puerta y cara a cara con los ciudadanos, dado que no hay que pasar por alto que tres siglos de dominación colonial-esclavista no podrían desmontarse de un día para otro, aunque estamos en mora de hacerlo.

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