Ya estamos advertidos y en vez de tener un plan general para voltear los extremos climáticos a nuestro favor seguimos siendo reactivos (...)
El primero de febrero, Unimedios, de la Universidad Nacional de Colombia, emitió el boletín “Ya es hora de prepararse para las lluvias extremas”, en el que el profesor José Daniel Pabón, del Grupo de Tiempo, Clima y Sociedad del Departamento de Geografía de la U.N., dice que “(...) existe una alta probabilidad de que la sequía actual estará seguida por una temporada inusual de lluvias intensas”, anunciándolas “(...) por encima de lo normal en la región Andina y Caribe” en la segunda mitad de 2016 y en parte del 2017 y recomienda prepararse para este cambio radical en el clima.
La advertencia del profesor Pabón nos parece oportuna y es la misma que se viene haciendo desde que los cambios climáticos extremos mediante los fenómenos de El Niño y La Niña, la sequía y la inundación, antes limitados a los círculos académicos y meteorológicos, se volvieron preocupación común y obligatoria al llegar para quedarse, afectando la vida de millones de colombianos.
Pero como es típico entre nosotros, que parecemos condenados a la imprevisión, ahora en el país y en la región Caribe colombiana solo hablamos de la sequía y de ahorrar agua, cuando también deberíamos estar planificando cómo guardarla cuando vuelva a abundar y cómo proteger a la gente y a la infraestructura de sus excesos.
A pesar de la tecnología moderna, carecemos del sentido común ante los elementos naturales que tenían, por ejemplo, los indígenas zenúes, quienes construyeron a mano 650 mil hectáreas de “terrazas hidráulicas” en los ríos Sinú y San Jorge que les permitieron vivir en invierno y en verano a salvo de las aguas y cosechando sus productos de pancoger durante todo el año.
Dice el portal web del Banco de la República que las terrazas: “(...) alcanzaron su mayor auge entre el 200 a.C. y el 1000 d.C., transformaron el paisaje” mediante un “(...) sistema hidráulico formado por una gigantesca red de canales y camellones elevados (...)” que permitió “(...) mantener estables los cursos de los ríos y caños, bordeados de islotes artificiales donde se levantaban las viviendas”.
Los zenúes no tenían retroexcavadoras ni bulldozers disponibles, como sí los tienen los alcaldes de esta época, pero les sobraba lo que hoy llamamos capacidad de gestión y sentido común.
Ya estamos advertidos y en vez de tener un plan general para voltear los extremos climáticos a nuestro favor seguimos siendo reactivos y en algunos casos los mandatarios se perciben engolosinados por contratar a dedo en las “emergencias”, que ya no lo son porque están anunciadas y por lo tanto sus efectos adversos sobre la gente y el territorio son en buena parte resultado de la negligencia, una omisión punible por ley.
También es cierto que falta apoyo nacional a una estrategia regional bien planificada que permita sacarle provecho a los extremos del clima en vez de sucumbir ante ellos.
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