Columna


A la Alcaldesa

VICENTE MARTÍNEZ EMILIANI

14 de febrero de 2011 12:00 AM

VICENTE MARTÍNEZ EMILIANI

14 de febrero de 2011 12:00 AM

Hay, sin embargo, un punto crucial que se nombra de continuo, pero que no se atiende nunca. Como si su presencia aberrante constituyera, apenas, una mera molestia rutinaria o su análisis no pasara de ser entretenimiento de alcaldes y concejales. Es la invasión indiscriminada del espacio público. Que, para decir verdad, no le importa a los gobiernos distritales que soslayan siempre el problema y ponen oídos sordos y ojos ciegos al despelote alucinante.
A todo lo ancho y lo largo de Cartagena se han ocupado ilegalmente las calles, los parques y los estacionamientos. Hasta propiedades privadas, en alarde inverosímil de desaforada audacia, son reclamadas como propias por los invasores, fundados en una interpretación caprichosa de la prescripción adquisitiva de dominio.
Y todo ese circo de abusos y de irrespetos se cometen con la complicidad abierta o la silenciosa alcahuetería de una autoridad en fuga, y, lógicamente, con la tolerancia interesada – cuando no la protección – de los eternos aspirantes a las posiciones de elección popular, que exprimen, hasta la última gota, el apoyo que prestan al desconocimiento insólito de los derechos ciudadanos, a trueque de gabelas comiciales o de usufructos económicos. Esa es la realidad desnuda. Sin ribetes de imaginación o fantasía. La invasión del espacio público, sobre todo en el recinto histórico y su inmediata zona de influencia, hay que solucionarla de inmediato.
No es posible tolerar por más tiempo que las calles y plazoletas vecinas a la iglesia de San Pedro estén ocupadas por ventas de todos los estilos, al igual que la Primera y Segunda de Badillo, así como La Moneda y La Soledad. Y ni hablar de la Avenida Venezuela, entre La Matuna y la sede principal de Almacén Éxito. Sigamos el ejemplo de ciudades y naciones vecinas. En Barranquilla, hace más de doce años, el cura Bernardo Hoyos limpió todo el centro sin romperle los callos a los buhoneros profesionales, cuyo respaldo constituyó el fundamento de su envidiable prestigio popular. Medidas idénticas se practicaron en Bucaramanga con óptimos resultados. Y en Lima (Perú), el gobierno mudó a los vendedores callejeros a grandes y bien concebidos galpones a los que la empresa de turismo están obligadas a llevar a sus clientes, como los conducen aquí a las joyerías del casco histórico y Bocagrande.
Es, ni más ni menos, lo que tenemos que imitar en Cartagena. No nos empeñemos en descubrir la América, que ese trabajo ya se lo tomó Colón hace más de 500 años. El alcalde tiene la autoridad y la obligación de encontrarle soluciones al asunto. Sanear, no es solamente, rescatar las ciénagas y los caños. También es devolver la pulcritud y la higiene a una urbe convertida en mercado y en tugurio por la lenidad de los gobernantes.

*Ex congresista, ex embajador, miembro de las Academias de Historia de Cartagena, y Bogotá, miembro de la Academia Colombiana de la Lengua.

academiadlhcartagena@hotmail.com

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