Por estos años en los cuales las academias nacionales y extranjeras han preparado con excelencia a tantos pensadores sociales, quizá sería el momento de reflexionar un poco sobre esa compulsión que siempre está detrás de las reglas, leyes, constituciones.Dicha palpitación no es otra que la vida, sus impulsos desconcertantes y no siempre racionales. Y en las circunstancias colombianas una especie de predisposición a no atender su mandato o su prohibición.
La Constitución política de Colombia cumplirá veinte años. En los días de su entrada en vigencia fueron muchos los análisis sobre ese texto producto de una discusión colectiva y alentada por la esperanza de la paz. Es probable que el exceso de artículos, lo abundante de su lenguaje, las reiteraciones de los conceptos, obedezcan y a lo mejor representen la pluralidad de voces y la necesidad de comunidades humanas de tener un lugar en la ley considerada antes una regla solo para unos pocos.
El texto constitucional también acogió un curioso aporte a las fórmulas legales. La complacencia con los énfasis. Ahora toda prohibición es absoluta. Todo cumplimiento de plazo o de término es definitivo. Y la expresión terminantemente ronda las órdenes. Como se sabe ello no es más que una creencia, discutible, sobre el poder del lenguaje. La claridad de la comunicación. El buen entendimiento del ciudadano. La creencia consiste en aceptar que el grito ayuda a la comprensión. De manera lamentable constituye un hábito alimentado por muchos abogados quienes piensan que los alegatos y las intervenciones son para aturdir y no para esclarecer. A lo mejor las escuelas de Derecho tendrían que incluir un seminario sobre las virtudes del silencio como finalidad del lenguaje, del susurro como argumento para convencer.
El anterior puede ser uno de los elementos para la meditación de los pensadores. ¿Por qué la ley es esgrimida como amenaza de unos contra otros? ¿Por qué no basta con la formulación llana de su precepto?
Algunos consideran el ejercicio del recurso de amparo, o tutela, como uno de los logros de inclusión y fe en la justicia por parte de la población más necesitada. La verdad es que además utilizan el recurso con entusiasmo los ilustrados y los bendecidos por la prosperidad.
Sin embargo el recién elegido Presidente de la Corte Constitucional, el estudioso Juan Carlos Henao, acaba de revelar unas cifras aterradoras. Cada mes llegan a la Corte cuarenta mil tutelas. Debe entenderse que dicho número ya ha recorrido el laberinto de juzgados y tribunales. Y no se puede soslayar que el derecho cuyo desconocimiento se describe es un derecho fundamental, el desconocimiento evidente, es decir sin mayor explicación. Entonces salta aquí el aspecto del comienzo de estas palabras. ¿Por qué un país después de veinte años de Constitución Política desconoce en esa magnitud los derechos que forman parte de su convenio social, de su pacto de convivencia?
Que los sabios contesten.
*Escritor
rburgosc@etb.net.co
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