Columna


Otra estrella en el observatorio

ROBERTO BURGOS CANTOR

20 de junio de 2009 12:00 AM

ROBERTO BURGOS CANTOR

20 de junio de 2009 12:00 AM

Cartagena de Indias, antaño joya del imperio español, se ha convertido en un centro de pensamiento sobre el Caribe. No se trata de la adhesión a una modalidad exótica de reciente sonoridad. Es la recuperación de una identidad que amenazaba con diluirse bajo la cerrada y opresiva costra de un hispanismo decadente. Este reconocimiento permite adquirir legitimidad en los diálogos que van reconstruyendo un mundo disperso en el mar pero que también encuentra en el mar su posibilidad de existencia. Las escuelas y los centros, verdaderos think tanks, sobresalen por su valiente desenmascaramiento del presente, el respetuoso destape del pasado y las propuestas para diseñar porvenir. Los dos que tienen objeto específico de estudio son el Instituto Internacional de Estudios del Caribe y el Observatorio del Caribe. Después de dos directores excelentes, uno de Santa Marta y otro de la Guajira, el Observatorio está confiado a la cartagenera Madelina Barbosa. Con sensibilidad y tacto esta descendiente de una familia de liberales rigurosos, librepensadores, de buenas maneras, convencidos de que la elección de la libertad es una alternativa de creación constante que requiere ilustración y ética, ha logrado sortear las carencias de estos tiempos desviados en que a la gente parece importarle más matarse que aprender. Hoy debe celebrarse que la directora Barbosa y su directiva hayan logrado convencer a Antonio Hernández Gamarra de vincularse como consejero académico al Observatorio. Es encomiable la iniciativa reciente de convocar a los amigos, en Bogotá D.C. y en Barranquilla, para conversar y ponerlos al tanto de realizaciones y proyectos. El saldo de esta experiencia ya habrá mostrado a sus organizadores que uno de los males del centralismo, y sin dudarlo de las representaciones deficientes, es que han tenido a la gente sin voz ni oportunidad de ser escuchada. No bastan acordeones, gaitas, pitos, pajaritos, guapirreos, guitarras, para decir la palabra atrasada o impedida. Hernández Gamarra pertenece a la generación de economistas que se formaron en la Universidad Nacional de Colombia en los años cuando los jóvenes estudiaban para algo distinto de conseguir tres pesos. El mezquino poder de quien estudió más que los otros y los tiraniza. Como venían de medios sociales donde el logro es producto del esfuerzo sentían al país con la hondura de quien advierte que solo existe si es transformado y no ahorraron esfuerzos. Una peculiaridad de esa generación es que no se conformaron con el saber específico de la economía sino que indagaron la filosofía, la literatura y otras ciencias sociales. Sabían que una herida compleja no se cierra con leche de magnesia. Hernández Gamarra lo demostró en sus diversos destinos públicos. Mostró en la Contraloría las modestas cuentas de León de Greiff y en una financiera eléctrica publicó libros del sabio Pérez Arbeláez. Sabía de él por Jesús Antonio Bejarano De Ávila, el inolvidable Chucho a quien Jorge Child llamaba divino rostro. Chucho y Antonio fueron condiscípulos. Además de unos conocimientos enciclopédicos compartieron una mirada de humor tuerto lopezco sobre la vida y sus creaturas. La mejor de las suertes para el Observatorio. Él cuenta con quienes admiramos el riesgo de construir en épocas de devastación. rburgosc@postofficecowboys.com

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