Columna


Pedro y Pablo

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

27 de junio de 2009 12:00 AM

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

27 de junio de 2009 12:00 AM

No se trata de Batman y Robín, ni de Bolívar y Santander, mucho menos de Heredia y Adolfo Mejía, pero los han integrado en binomio inseparable. En la aburrida lista de santos cuya festividad se conmemora en cada uno de los días del año, hay escachadas que vale la pena destacar. Mientras le dedican un día completo a figuras de tercera categoría como Onésimo, Vito y Blas, meten en el mismo a San Pedro y San Pablo, que tanto han significado para nuestra religión. La peor vaina es que deben sentirse muy incómodos, el uno con el otro, en esa apretada proximidad que les han impuesto. Fueron agua y aceite. No pocas veces sus posiciones eran antagónicas. El pueblo de Dios excluyente que entendía Pedro en su interpretación, y la Iglesia para todos los hombres que concibió Pablo. La bondad elemental de un pescador y la inteligencia de un converso: Pablo, quien predicó que el Hijo del Hombre no había venido solamente para los judíos sino para el género humano. Para ello, intentó hasta corregirle la plana a Jesús, al elaborar la más encendida, asombrosa y desconcertante teología. Expuso esa Cristología en catorce epístolas que son a la vez responsables de la multiplicación del cristianismo. Popularizó la religión, porque además Pablo fue el primer genio publicitario del planeta. Se arriesgó hasta a desvirtuar el sentido de los evangelios. La verdad es que no hay verdad sobre la verdad. Pedro promovió la tesis que sometía la nueva doctrina a la Torah y las leyes de Israel. El viejo Dios de Abraham y de Moisés. La circuncisión, el Sabbat, y otros detalles menores eran su afán. Si se hubiera impuesto esa corriente no hubiese llegado el mensaje de Cristo hasta nosotros. Pablo organizó la escisión de la comunidad Crística del judaísmo y de la Torah. Sentó las bases de la religión cristiana tal como la conocemos, y transformó la cruz de instrumento de suplicio en símbolo de renovación y amor. Liberó a los discípulos de Jesús de la ley Mosaica. Pedro era prudente, su oponente apasionado. La tradición conformista contra las reflexiones del otro. La exaltación de la fe, del perdón, hizo atractiva una religión que estaba llena de temores y contradicciones. Pablo le dio claridad, y algún tinte helenista. Su intuición de la libertad en Cristo. Pedro, escogido por Jesús, tenía problemas con los gallos. Mejor dicho, con su canto. Era conciliador y cambiante. Pablo fue el gran exportador de la Palabra de Cristo. El rudimentario pensar de Pedro cede ante la estructura dialéctica de Pablo, primer teólogo del Cristianismo. Mañana conmemoramos dos figuras, dos posiciones, dos enfoques. En una hermosa región colombiana acogen sus nombres para las fiestas patronales. Destacan sobre todo a Pedro, pero vea qué vaina, al frenético baile emblema de su folclor, le llaman Sanjuanero. Pese a la poca simpatía que despierta San Juan en los campesinos, por aquello del maldito veranillo que lleva su nombre. A Pablo no le quedó sino una alusión ritual en los matrimonios. Con la Basílica de San Pedro, y el Papa como su sucesor en la tierra, se le hace reconocimiento al hombre humilde y bondadoso. Pero desdeñar a San Pablo y ponerlo de cola en ese barrilete, no ha sido consecuente con su grandeza. augustobeltran@yahoo.com

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS