Columna


Percibiendo la violencia

ALFONSO MÚNERA CAVADÍA

09 de junio de 2009 12:00 AM

ALFONSO MÚNERA CAVADÍA

09 de junio de 2009 12:00 AM

Hace exactamente una semana esta columna llevaba de título “La violencia en Cartagena”. Ese mismo día –miércoles 3- asesinaban en las calles de la ciudad, a plena luz del día –y no precisamente en los barrios más pobres- a una joven abogada y a un médico veterano. A la primera mientras caminaba junto a su hermana en un sector de clase media, y al segundo en el puesto de salud en que solía trabajar. Ya no se trataba de muchachos anónimos del Pozón o de Mandela. En realidad, estos dos últimos asesinatos consolidaban una tendencia a matar profesionales, abogados, médicos, lo que fuera, por las razones que fueran, y en manos de mercenarios que cobran para eso: para matar. El mensaje es claro: no hay que ser miembro de una pandilla ni deberle a un pagadiario. La cosa es más sencilla: se llegó al punto en que los conflictos y las desavenencias se resuelven no por medios civilizados sino por el expediente del asesinato. Al parecer basta con tener dinero para pagar el encargo. En estos días de celebración de la fundación de la heroica Cartagena, es decir de los actos macabros de violencia de ese oscuro y sangriento personaje que fue Pedro de Heredia, quinientos y tantos años después los habitantes de la vieja ciudad ven con angustia la creciente ola de violencia que amenaza con encerrarlos en sus casas, en medio del miedo colectivo. Y protestan. Protestan en todas las formas: hacen manifestaciones en sus barrios pobres, escriben montañas de mensajes a los periódicos y llaman a los programas radiales para quejarse de la inseguridad en la que viven. Hasta una manifestación de abogados ha sido anunciada para pedir protección por los asesinatos frecuentes de miembros de su gremio. Y a todas estas, ¿cuál es la respuesta del señor director de la Policía local?: pues, que no es verdad, que la gente está equivocada, que la seguridad sí ha mejorado y que tenemos menos asesinatos en lo que va de este año, comparado con el mismo período del año pasado. Y lo grave del asunto es que al mismo tiempo que los ciudadanos reciben con mucho escepticismo las explicaciones del señor comandante de la Policía, este se queja de la poca colaboración prestada por la ciudadanía. El problema de fondo de esta discordancia es de percepciones. Mientras que para quienes tienen la obligación de protegernos y garantizarnos la seguridad hemos mejorado, al bajar las estadísticas de los crímenes violentos, el resto de la ciudad, es decir el ciudadano común, siente que las cosas en su barrio, en la calle en la que vive, han empeorado. Los asesinatos, las guerras de las pandillas, los robos, en fin, la inseguridad en todas sus formas, son pan de todos los días. Quizás deberíamos aceptar los hechos como son. Me parece normal que quienes tienen interés en ello, promuevan la imagen de una ciudad paradisiaca para el consumo de los turistas. Pero no hasta el punto de que algunos cartageneros terminen creyendo que esa es la realidad. Ahora bien, puede que lo sea para unos pocos, porque para la inmensa mayoría la vida cotidiana está plagada de angustias y miedos. Es probable que a eso se deba que, pese a los calores infernales de los últimos días, las calles de la ciudad estén solas y las puertas de las casas cerradas. Como en las laderas de Medellín. No era así en la vieja Cartagena. alfonsomunera55@hotmail.com

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