Bolívar


La 'seño' Lilia: amor y disciplina para educar

No fue difícil encontrarla. Llegar a San Cayetano y preguntar por la dirección de la ‘seño’ Lilia, fue como preguntar dónde queda la estación de Policía o la iglesia central del pueblo: todo el mundo sabe donde queda.

Quise llegar porque una amiga oriunda de este corregimiento de San Juan Nepomuceno no hace sino hablar maravillas de la ‘seño’ y porque siempre me advertía que “sancayetanero que se respete ha pasado por ahí”.

“Por ahí” se refiere a aquella escuelita típica de nuestros pueblos del Caribe en donde las “señoras de antes” se las ingeniaban y convertían los patios de sus casas en aulas de clases. Se sentían con la capacidad de enseñar a leer, escribir, sumar, multiplicar y todo lo básico antes de entrar a una escuela primaria. Nada ni nadie se los impedía y por eso conseguían sillitas de madera y formaban lo que  conocíamos como ‘colegios de banquitos’.

- Mucho gusto, Lilia Romero de Paternina - Así nos recibe la ‘seño’ en su casa amarilla de la calle Real, con rejas blancas muy altas y con candados. Muy bien asegurada, debe ser para que ningún niño tenga el atrevimiento de salir sin permiso.

El día que llegamos había como 20 muchachitos de diferentes edades y de cursos distintos. Ella dice que son al rededor de 30 los que atiende todos los días desde la 1 de la tarde. Ya no tiene en la jornada de la mañana porque la nutricionista le recomendó que a su edad ya no podía estar abusando del trabajo. Tiene 70 años y dice que desde los 18 o 20 años está desarrollando “este don que Dios me dio. Pues solo llegué hasta segundo bachillerato en la Normal de San Juan Nepomuceno”.

En San Cayetano dicen que la ‘seño’ tiene un don especial que todo niño de preescolar que llega allí sale preparado para segundo de primaria y otros que hacen primer grado, en escuelas reconocidas por el Estado, fácilmente salen preparados para cuarto. Pero ella explica que el sistema educativo de Colombia, por ejemplo, no le permite a un niño de seis años estar en cuarto grado de primaria. “Los niños tienen un gran potencial, más de lo que uno imagina, pero se les limitan mucho. Entonces aveces vienen para que yo los certifique pero no puedo hacer eso”, indicó la ‘seño’. Casos como estos tiene muchos.

La vieja metodología
La ‘seño’ Lilia dice con orgullo que su método de enseñar nunca ha cambiado. “En San Cayetano todo el mundo sabe que me gusta castigar. Esos son mi primer y segundo apellido”, dice la maestra con una fuerte carcajada.

“Me dirán que estoy  a la antigua, pero ha sido la metodología más efectiva. Una vez vino una pareja, y me dijeron: seño, nos han dicho que usted enseña muy bien y de verdad, pero también nos dijeron que usted castiga y pega. Yo no me negué, y les expliqué que era mi manera de hacer respetar, porque si eso no lo enseñan en la casa, yo sí lo enseño acá. De la puerta para allá, son sus hijos, pero de allá para acá son míos y sé la responsabilidad que tengo. Entonces papá que no quiere que le reprenda el niño, que no lo ponga aquí. Después de ese niño, al tiempo me trajeron al hermanito y fíjese nunca he tenido problemas con nadie, ni que me van a demandar, porque yo sé como los castigo y como los corrijo”.

Una amarga experiencia
En aquella época difícil en la que los grupos armados tenían el dominio sobre la zona de los Montes de María, el miedo quiso perturbarla pero nunca se dejó.

“La vez que se tomaron la iglesia y la estación de policía yo estaba con mis niños aquí. Sentí los disparos, salí a la calle a ver qué pasaba y esto estaba solo. Me encerré en un cuarto y llevé a los niños a orar. Ellos preguntaban y yo solo les decía que eso era como juegos pirotécnicos. No dejé que los familiares se los llevaran de aquí, porque yo los tenía bien seguros. Después cuando pasó todo, sí se los di a los papás. Yo nunca les dije qué era eso para no alarmarlos”.

Comenta la maestra que aunque sí sintió temor en muchos momentos, la prioridad siempre fue enseñar a sus muchachos, esos que siempre ha llamado hijos. 

Su gran satisfacción
Tiene infinidades de anécdotas para contar, pues son más de 50 años en donde muchas generaciones han pasado por sus manos. La mirada de la ‘seño’ Lilia se pierde mientras sus manos se mueven como si estuvieran contando esa cantidad de niños, hoy muchos de ellos padres de familia que no han dudado en ningún momento en dejar a cargo a sus hijos en las manos de su maestra, la madre de ellos en la escuela.

Habla con orgullo y deja salir lágrimas de emoción y de nostalgia que seca con sus dedos. “Creo que los mejores profesionales de este pueblo han pasado por aquí. El ingeniero Gustavo Castellar; Jaider Andrade, el veterinario; un locutor, el médico Ricardo Rivera, el doctor Efraín Buelvas. Hay muchos que ya ni los puedo contar. Mi más grande satisfacción es que yo ayudé a formarlos y ellos lo agradecen, que es lo que me motiva seguir educando”.

Todos los niños están sentados juiciosos. Ella, en la parte de atrás del salón nos atiende y da la espalda a los niños. Mira hacia donde están ellos y nuevamente se le salen las lágrimas. “Nunca me imagino sin mis alumnos. Si no fuera por ellos no sé qué sería de mi. Murió mi mamá, mi papá, varias de mis hermanas. Falleció mi esposo hace como siete años. Tuve dos hijos, ya están grandes. Pero yo me refugio en mis niños son mi mejor ayuda espiritual. El pago es muy malo, pero eso aveces ni me importa, porque Dios me encomendó esta tarea. Me dio este don, y tengo que ponerlo en práctica. Algún día Dios me preguntará por este don, y si lo dejo, qué le voy a responder?”

Recuerda que en cierta oportunidad llegó a tener 150 niños y hasta las tres jornadas, mañana, tarde y noche. Pero dice que poco a poco esa costumbre de llevar a los pequeños a este tipo de escuelas se a perdiendo. “En cierta oportunidad solo me llegaron seis niños y le dije a mi difunto esposo que me quería ir para Venezuela, porque allá me iba a ir mejor.  Pero como Dios sabe hacer sus cosas y sabía que yo no me podía ir de San Cayetano, de un momento a otro comenzaron a llegar y se matricularon más de 50. Ahí me di cuenta que mi labor siempre debía estar al servicio de la gente de aquí.”

Concluye diciendo que sabe que algún día debe dejar la labor, pero que mientras ‘el cuerpo aguante’ y su mente esté lúcida enseñará a todo el que quiera aprender.

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