En Tasajera las horas pasan pidiendo permiso, en una parsimonia atestada por un sinfín de ausencias y dolores.
Es mediodía de este lunes festivo y, aunque algunos parlantes suenan a alto volumen con canciones vallenatas, se percibe una tranquilidad inquietante en el corregimiento, que está incrustado en los Montes de María y hace parte del municipio de El Guamo, Bolívar. Las calles polvorientas son arropadas por un calor propio de las poblaciones ribereñas. Y es que a escasos pasos está el poderoso río Magdalena, cuyas aguas van bajando desde la ciudad de Magangué y apuran su paso hacia tierras del Atlántico, donde se unen con el mar.
Es mediodía y ya huele a arroz en el inmueble en el que vive Arelis Sierra. Se trata de un viejo salón que hace algunos años funcionó como colegio del pueblo. Ahora es una estructura a medias con gran deterioro.
Sin embargo, este fue el único refugio en Tasajera que encontraron Arelis, su hija, sus dos nietas (menores de 5 años), y su yerno. Pero el banquete, que está próximo a servirse en la mesa de esta familia, regala una imagen dolorosa. Un reflejo de una dura situación social que viven muchos en el pueblo.
La hija de Arelis, una joven no mayor de 25 años, entra a un pequeño baño, construido con blocks y cemento, que está junto al salón. Un viejo retrete, sucio y lleno de verdín, es la única pista que indica que la pequeña estructura funcionaba como baño. Sin embargo, ahora es... una cocina.
Junto al retrete está puesto el fogón de leña y en un gran caldero se cuece el arroz que Arelis y los suyos comerán.
A quién se le ocurriría cocinar allí, es lo primero que se me viene a la mente. Pero Arelis justifica: “Este colegio en el que vivimos no tiene salida, por eso tenemos que cocinar en el baño, porque no tenemos dónde más hacerlo. Se sabe del peligro que eso representa, pero no tenemos otra solución”.
Resignada a su mala suerte, explica que pronto se irá con los suyos del corregimiento. En Tasajera no encontraron la buena fortuna que iban buscando cuando hace algunos meses abandonaron su natal Santa Inés, Magdalena.
Como la de Arelis, son muchas las familias que viven en difíciles condiciones en Tasajera, un pueblo en el que la mayoría de sus pobladores son agricultores o pescadores.
El día sigue transcurriendo y la música suena en una de las tiendas del pueblo. En la entrada, sentados a la sombra de un quiosco de palma, cuatro hombres toman cervezas mientras conversan en voz alta.
Saludo, compro algo de tomar, pero estoy lejos de poder irme de inmediato, pues antes de poder salir, uno de los hombres que toman cervezas me llama.
“Quién es usted, quién lo mandó para acá y qué viene a hacer”, me pregunta sin preámbulos. Está prevenido, pero su reticencia no esconde el fondo: anhelo de bienestar para el pueblo. Está prevenido ante tantas promesas rotas.
Se trata de Carlos Contreras, un hombre que pasa la mayor parte del tiempo en Tasajera, aunque su lugar de residencia es Barranquilla.
“Si usted es periodista, tiene que decir todo, todo lo que le digamos aquí que es la pura verdad, no puede esconder nada. Cómo es posible que en este siglo no tengamos agua potable en Tasajera. Hay un tanque de agua que no funciona. Los pobladores reúnen de a dos mil pesos para contratar a un hombre para que bombee el agua”, explica Carlos, mientras uno de sus acompañantes apunta que cuando el agua llega a las casas viene con plumas de lechuzas y hasta lagartos muertos. Por eso, a los habitantes les toca purificarla agregando cloro y otras sustancias químicas.
El apunte lo hace Lizardo Contreras, quien asegura que hasta hace poco fue inspector de Policía en el pueblo. “Una de las cosas principales para una comunidad es la educación. Y aquí tenemos un solo profesor para los cinco grados de primaria que tiene el colegio, que funciona en un inmueble en malas condiciones. El profesor se llama Jairo Pérez Salcedo y para nosotros es el mejor profesor del mundo”, dice Lizardo mientras ríe.
Los muchachos que llegan a la etapa de bachillerato, me explica otra habitante del lugar, deben ir hasta el corregimiento más próximo, que es Robles, para estudiar en el colegio de esa población, que está a unos 12 kilómetros de vía destapada y en malas condiciones.
Y es que llegar a Tasajera, un pueblo que hace pocos años sufrió el embate del conflicto armado, poniendo varias víctimas, supone dificultades.
Hay que recorrer 43 kilómetros para llegar al corregimiento, partiendo desde la carretera Troncal de Occidente, de la entrada que lleva a El Guamo. Primero hay que pasar por San Pedro Consolado (corregimiento de San Juan Nepomuceno); luego por la cabecera municipal de El Guamo y después por dos corregimientos de este: La Enea y Robles. De esos 43 kilómetros que hay que recorrer desde la Troncal hasta Tasajera, 26 son de vía destapada, que tiene tramos que están en pésimas condiciones. La situación agrava cuando llueve, por lo que sus habitantes deben hacer malabares para salir o llegar.
“Aquí lo que nos queda es mirar lejos o hablar entre nosotros, porque ni siquiera hay un parque para llevar a los niños a que se distraigan. El centro de salud del pueblo está cerrado y viene un médico general cada veinte días o un mes. Cuando tenemos urgencias tenemos que ir hasta El Guamo, sino, nos morimos”, concluye otra habitante del lugar.
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