Sus cuerpos se estaban consumiendo. Crecía la angustia por la falta de aire y les quedaban sólo tres raciones de alimentos y 10 litros de agua antes de ser contactados 17 días después de quedar atrapados en la mina San José... los 33 mineros han ido contando de manera fragmentada cómo se organizaron para soportar la espera. “Los primeros 17 días fueron una pesadilla”, relató a la AFP el minero Juan Illanes, de 52 años, tras ser dado de alta del hospital de Copiapó, adonde todos fueron trasladados tras ser rescatados el miércoles. En esos primeros días tras el derrumbe que los sepultó a más de 600 metros de profundidad en el fondo de la mina San José no se tuvo noticias de ellos y se pensaba que podrían estar con vida en un refugio de seguridad o haber muerto aplastados. Pero el derrumbe ocurrió unos 300 metros arriba de ellos y no alcanzó a ningún trabajador. Todos pudieron guarecerse en el refugio, que sin embargo tenía pocas provisiones, como algunas latas de atún y algo de leche. “Estábamos esperando la muerte. Nos estábamos consumiendo”, señaló el minero Richard Villarroel, sobre esos días en que no tenían contacto con la superficie, dijo a medios locales desde el hospital donde se encuentra junto a la gran mayoría de los mineros. Pero en la penumbra, con temperaturas sobre los 30 grados y una alta humedad, los mineros se organizaron para enfrentar esos primeros días en que no tenían ninguna certeza de ser hallados alguna vez. “Poco a poco nos fuimos organizando”, agregó Illanes a la AFP, poco antes de llegar a su vivienda para pasar su primera noche en su hogar tras la tragedia. “La comida se fue dando por porciones cortas, cosa que nos durara. El agua igual”, relató de su lado Villarroel. Además del hambre, los angustiaba la falta de aire al interior del yacimiento. “Estaban desesperados, porque les faltaba el aire”, relató Alberto Segovia, el padre de Darío, otro de los mineros sepultados. “Cuando sólo tenían 10 litros de agua mineral, para racionalizarla entre todos, comenzaron a beber agua contaminada que estaba en tambores y muchos comenzaron a tener dolor de estómago”, agregó, tras hablar con su hijo. En esos momentos los mineros se unieron más que nunca, pese a que se trataba de un grupo heterogéneo, con trabajadores contratados por la compañía y otros externos. “Sin conocer a mucha gente de los que estaban trabajando en ese momento, supimos unirnos y fue lo más importante”, señaló el minero y ex futbolista Franklin Lobos, desde el hospital, a una radio local. “Nos unimos en los momentos difíciles, cuando no había nada, cuando teníamos que tomar agua que no era para tomarla. Nos unimos cuando no había comida, cuando había que comerse unas cucharaditas de atún porque no había más”, agregó. “Nos prestábamos apoyo todos. Si uno estaba mal, el compañero de al lado le daba la mano”, complementó de su lado Villarroel. Sin caer presos de la desesperación, resolvieron en esos momentos que tomarían todas sus decisiones por votaciones. “Siempre decidimos las cosas en forma democrática, fuimos un grupo muy organizado”, relató el minero José Henríquez, de 54 años, considerado como el líder espiritual del grupo. “Éramos 33 hombres, así que 16 más uno era la mayoría”, coincidió Luis Urzúa, el jefe del turno del grupo, su líder, y el último en dejar el yacimiento. Pero al cabo de 17 días, una sonda los alcanzó. Por ahí enviaron un mensaje en que indicaron que todos estaban bien y con vida, recibieron comida y lograron comunicarse con sus familias. “Luego todo cambió”, resumió Illanes, que también piensa que no tiene más remedio que “seguir trabajando de minero”.
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Chile: mineros sentían que se estaban consumiendo antes de ser ubicados
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